Se acaba de publicar la clasificación mundial de la libertad de prensa que elabora Reporteros sin Fronteras en el que nuestro país cae del puesto 29 al 32. El presidente de la asociación en España ha explicado que los indicadores han variado. Vivimos en una ... democracia. Los periodistas no se ven en general amenazados o sufren violencia sin amparo jurídico como en México, donde han muerto nueve profesionales de la información en lo que va de año. Aquí son las condiciones políticas y económicas las que amenazan la libertad de expresión.

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El clima de polarización mediática, esas clasificaciones que pesan como losas, espejo sin duda del debate al que nos tienen acostumbrados los políticos y que hacen que el informador español posea el arte excelso del opinador pero carezca de los medios necesarios que requiere la investigación. Los periodistas, quizás debiera decir los colaboradores, trabajan con unas condiciones de extraordinaria precariedad, lo que les hace más vulnerables a la autocensura y a las presiones de otro orden; una realidad silenciada que jamás alcanza los titulares.

No creo que este informe contemple a los trabajadores de los gabinetes de comunicación de empresas privadas, públicas y menos aún los integrados en la esfera política. Estos últimos, mucho mejor pagados, tienen que poseer un perfil de guionista de Netflix, discreción de psicólogo y condiciones de interpretación como el mejor de los actores. Cubrir errores, resaltar aciertos y elevar la ineficacia a trama de espionaje no es cualquier cosa. Ni el excepcional Le Carre habría guionizado la vida secreta que estos días se representa en nuestro país.

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