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Casi se me salta la lágrima al ver a tantos políticos defender encarnizadamente la libertad de prensa. Aunque sea la de esos reventadores sectarios a los que el periodismo, en realidad, les importa una higa, porque lo suyo es el macarreo cutre y ... la pose de ceño fruncido y zasca eterno, mi reino por un 'fav' y sucríbete a mi canal basura. «Los socialcomunistas bolivarianos y los 'rompeespañas' quieren imponer la mordaza en el Congreso», clamaron los del otro bando esta semana. Porque a algunos, parece, les molesta tener que responder a esos tipos aunque estén acreditados.
El caso es que en 25 años de profesión uno se vuelve bastante escéptico. Y cuando ves rasgarse las laringes a un político de cualquier signo por la libertad de prensa te vienen a la memoria tantas cosas... Como aquel que hoy es concejal opositor y que antes, como todopoderoso de la Junta, gustaba de apretar clavijas en cuanto podía. O como quienes no le conceden entrevistas a mi querido Roberto Mayado porque el muy desgraciado pregunta. ¡Y repregunta! Como esos que utilizaron el covid para restringir todo el tiempo que pudieron el acceso a las Cortes. Como los que convierten a un jefe de prensa en un perro de presa. Como los que convocan actos «solo para gráficos», porque lo que les gusta de verdad es salir en la puñetera foto, o esa cobardía de «rueda de prensa sin preguntas», lo que antes era un mitin. Como los que amenazan con denuncias o con el 'usted no sabe quién soy yo' y llaman a tu Megadirector General En Jefe de la Tropa para pedir tu cabeza.
No se engañen. La libertad de prensa la piden ustedes cuando nos exigen rigor. Y nos la conceden cuando permiten, con su fidelidad, que seamos rigurosos. Lo demás es teatro. Y del malo.
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