Se atribuye a Clausewitz aquello de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La invasión de Ucrania nos ratifica la peor interpretación de este axioma.
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Una agresión a un país soberano que Putin prohíbe definir como guerra, un tabú para ... el Kremlin. 'Operación militar especial' o intervención humanitaria en auxilio de territorios rusófonos masacrados por nacionalistas ucranianos son los eufemismos que maneja. Evitan las imágenes de la destrucción y de las víctimas, salvo en las zonas donde Putin justifica su hitleriano casus belli. La historia se repite.
Con el tiempo será la historia y la literatura la que arroje más luz lejos del fragor de la batalla. Tolstoi nos ilustró años después sobre las guerras napoleónicas en 'Guerra y paz' y con parecida distancia, Galdós recreó la lucha de españoles y franceses en sus 'Episodios Nacionales'. Luego fue Hollywood quien nos enseñó lo que pasó en Vietnam.
Ahora, en caliente, sabemos que está en juego la libertad, la coexistencia en Europa y la soberanía de las naciones. Cualquier tibieza añade un manto sombrío a la tragedia de estos seres humanos con la vida en cuarentena. La empanada ideológica de nuestra izquierda, la mezquina equidistancia cuando no la complicidad con la ofensiva rusa de los socios de Sánchez acentúa la indignidad de esta coalición. Ucrania pide armas para defenderse y, aunque casi nos avergüenza, Sánchez ha rectificado y va a estar a la altura. Que el porvenir nos sea leve.
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