Asistentes al conciertode dúo Natos y Waor el pasado sábado en Valladolid. R. Jiménez

Para la libertad

La platería en llamas ·

«Ignoran los ofendidos que esta solo puede ser responsable y generosa; de lo contrario no es más que un gesto pueril de impostura egoísta»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 8 de diciembre 2021, 08:30

Serrat deja los escenarios, pero aún contamos con Natos y Waor, la pareja de rap que congregó durante el fin de semana a miles de jóvenes en el Polideportivo Pisuerga de Valladolid.

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Las imágenes difundidas por los artistas y por sus espectadores han mostrado ... un pabellón ahíto de bocas descubiertas y entregadas al espectáculo. Y nada habría de objetarse sobre ellas si no estuviéramos inmersos en el chapuzón de una nueva ola, los ingresos hospitalarios no dejasen de aumentar —a pesar de la vacunación, del distanciamiento y la mascarilla aún vigente— y los brotes infames y rayanos en el ridículo (como el provocado por una cena navideña celebrada por personal sanitario en Málaga) comenzaran a hacerse públicos.

¿Cómo no habría de alarmarse con las imágenes del concierto, al menos extraoficialmente, Ignacio Rosell, nuestro entregado e irredento especialista en medicina preventiva, miembro del comité de expertos de la Junta contra la covid, que se ha batido el cobre (además de comprometer su salud, como otros muchos trabajadores del sector sanitario y asistencial) desde que comenzó esta pesadilla? Espero que sienta el respaldo mayoritario en esta ocasión, como en todas las que se vea obligado a hacer reproches semejantes, a pesar de que la respuesta tumultuosa y abrupta, parapetada tras una perversa noción de libertad, pretendiera callar y ridiculizar su preocupación por la irresponsabilidad de tanto zangolotino sin mascarilla ni distancia que compartía el aire usado entre jadeos, gritos y corifeos durante horas. Ignoran estos ofendidos por el reproche que la libertad, esa que pretenden enarbolar, solo puede ser responsable y generosa; de lo contrario no es más que un gesto pueril de impostura egoísta.

Los artistas protagonistas de la congregación, por su parte, también arremetieron contra el mensajero y en un alarde de mentecata independencia invitaron a un medio de comunicación a comérsela, como si hubieran inventado el despecho ellos solos; pues bueno.

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Me alegro sinceramente por el éxito de dos jóvenes que llevan una década componiendo pareados con encabalgamientos forzosos. El mundo del rap borbotea desde que a las frases atropelladas del hip hop se les quedara pequeño el inglés y comenzaran a urdirse en francés, en alemán, en árabe, en ruso o en castellano para cantarle las cuarenta a un mundo que no escucha. Por eso es, cuando menos, paradójico que los autores de temas cubiertos por la marginalidad y la vanguardia, que denuncian en ocasiones el hastío ante la desatención de un mundo hipócrita y codicioso, respondan a un sencillo y evidente error acudiendo al más genital de los desprecios, algo que ni siquiera es estéticamente novedoso. Si se dieran un garbeo por alguna biblioteca pública, cosa que a buen seguro hacen, tanto los artistas como su distinguido público —solo hay que ver las colas en la entrada de estos establecimientos y las fotos que en su interior se toman felices y amontonados, o las ocasiones en que su personal se ha visto obligado a pedir disculpas por tales aglomeraciones—, podrán advertir, a poco que escarben, el inacabable rimero de capas rebeldes acumulada por la memoria de nuestras sucesivas generaciones, una sobre otra.

Resta desear que la calidad de sus letras consiga reposar en el egregio sedimento, aunque para ello deban alcanzar la calidad de las de Quevedo, Rimbaud, Verlaine o Bukowski; como los versos de Catulo o las ocurrencias de Aristófanes, capaces de superar cien oleadas de novedad o mil inviernos de olvido. Serrat ya lo ha logrado cantando, sin ir más lejos, los versos de Miguel Hernández, certeros como bisturís. Sobran más pistas.

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