Da gloria ser liberal, ser un empresario español y liberal. Recogen nueces cuando hace viento y cuando caen, a las verdes y a las maduras. En las vacas gordas, se saca la bandera del liberalismo –libertad, dicen muchos, sabiendo que mienten– y claman por el ... libre mercado, por la casi desaparición del agobiante Estado, por la carencia absoluta de normas y, sobre todo, de impuestos. Cuando sus trigos crecen y sus ovejas engordan en los pastos, son como el niño que juega en el parque, libre, casi ácrata sin acordarse para nada de sus padres tiranos.
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Pero, ay, si vienen mal dadas; si la cosecha merma o el rebaño enferma… Entonces, el niño lloriquea por su merienda, vuelve sus ojos ansiosos hacia el padre, hacia el Estado que encorseta, que oprime, que roba. El que ayer defendía el Sálvese quien pueda, la libre empresa, que solo sobreviva el más fuerte o mejor adaptado, invade calles, carreteras y televisiones clamando por la subvención, dinero público.
Hay gente que asegura que uno de los males de España es la falta de un empresariado sólido, formado, de larga tradición. Tal vez , tal vez solo se pueda ser liberal en tiempos de bonanza. En días malos, todo se tambalea, hasta las ideologías que creemos más sólidas.
Pero me parece a mí que esta gran patronal española no está muy acertada cuando pone el grito en el cielo porque no se les deja despedir a sus empleados después de cobrar subvenciones. Así soy empresario hasta yo, miren ustedes. ¿Quién necesita un paraguas en días de sol?
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