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El alcalde de León, José Antonio Diez, luce desde hace unos días un león en sus perfiles en las redes sociales. Antes su avatar estaba acompañado de un corazón rojo y un símbolo de 'ok', pero han sido los propios vecinos de la capital quienes ... de forma insistente le han requerido para que incorporara la imagen de un león a esa escenografía pública.
La coral justificación para modificar sus iconos en las redes ha sido evidente: «Por representar el hartazgo de los leoneses frente a los políticos que nos mangonean desde Valladolid y Madrid».
La contundencia de la propuesta ha tenido respuesta de inmediato y Diez, a golpe de click, ya tiene su león por bandera.
La popularidad del alcalde socialista de León capital se ha disparado en los últimos días gracias al 'apoyo' de su propio partido, incondicional a la hora de tropezar con los compañeros de siglas y siempre dispuesto a guillotinar en público a los admirados compañeros. Cosas de la política, donde el enemigo más peligroso siempre es el más próximo.
José Antonio Diez, socialista y leonesista (una combinación que los propios socialistas abandonaron cuando comenzaron a pisar las cómodas alfombras de las instituciones autonómicas), ha recuperado esa idea de que un político puede servir a sus vecinos sin necesidad de ser pesebrero del partido de turno, el propio incluso.
Y por ahí el edil le ha puesto 'corazón de león' a su quehacer político. Tanto, que no tuvo reparos en sacar los colores al mismísimo ministro de Fomento a quien públicamente reclamó una larga lista de asignaturas pendientes con la ciudad (incluyendo la reforma de la actual integración ferroviaria y a la que ha calificado como una de las más chapuceras de la historia).
Ese afán por reivindicar lo urgente y lo necesario en conjunto, esa vehemencia en las expresiones, y ese deseo de remarcar lo evidente en el discurso político han provocado una afinidad y una simpatía hasta ahora desconocida entre los leoneses y uno de sus representantes públicos.
Tan abrumadora es hoy esa percepción como la rabia y la cólera que sus palabras han generado en las filas del socialismo oficialista, el mismo socialismo que se mueve entre escoltas tildados de matones y palmeros oficiales.
De ahí que ante la coherencia de sus palabras la respuesta fuera una amenaza (disimulada como reproche o 'afeamiento' privado) a modo de ultimátum desde los órganos de confianza del propio ministro.
–«Me quedan tres años para joderte», le espetó Koldo, un escolta reconvertido a miembro de guarda pretoriana y permanentemente abrazado al ministro.
–«A mí no me amenaces», le respondió el alcalde.
Fue una conversación tirante, bronca, de barra de bar a última hora de la noche, de aquellas noches en la que un cliente ya recargado la toma con el camarero como si tal cosa.
Koldo se olvidó de todos los protocolos vigentes en este tipo de actos, dejó a un lado las formalidades, y se fue por el alcalde de todos los leoneses como las hienas acuden a la caza de su presa.
De algún modo quiso tratar al alcalde como un trapo, pisoteo incluido.
Si acaso el problema fue que esta vez el alcalde olvidó las siglas para centrarse en una cuestión inalterable, incuestionable y principal: en ese instante y en todos los demás, él era el alcalde de todos los leoneses.
–No me faltes al respeto, no faltes al respeto a todos los leoneses, le vino a decir.
Es lo que tiene meter la mano entre los barrotes de un león enjaulado. En ocasiones, muerde. Y cuidado que el león, ahora crecido, no abandone su jaula. Correr, correr...
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