Leo con satisfacción que Francia ha prohibido por decreto el uso del lenguaje inclusivo en sus colegios. Gloria a Francia, me digo. Me muevo a tientas por la gramática, quiero decir que es mi abuela la que me guía, que es ella la que me ... saca de los barrancos tenebrosos cuando tengo dudas. Hablaba muy bien, con verdadero donaire. Y ella, por supuesto, nunca habría hablado de niños, niñas y niñes. ¿Estamos locos? El lenguaje tiende a la economía. Lo explicó con autoridad, es decir, con argumentos de enjundia gramatical, don José Jiménez Lozano, que fuera director de El Norte, en un artículo, cuando comenzaba esta pandemia del lenguaje inclusivo que tanto daño ha hecho y tantos desbarajustes ha creado. Lo han dicho los señores académicos de la RAE por activa y por pasiva. Pero aquí, en España, como el que oye llover. Ahí siguen ellos, ellas y elles machacando la lengua, uno de los pocos bienes que deberíamos compartir sin sacar la navaja. El propio Gobierno jalea y se deja arrastrar por esta peste, influido por los sectores radicales.
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Uno de los bienes que nadie se atreve a discutir es el código de la circulación. Bueno, podemos discutirlo, por supuesto, pero mientras no se cambie, debemos respetarlo, pese a que, como con la lengua, muchos erremos o cometamos excesos o descuidos al volante. Pues bien, en Francia, lo han cortado de raíz prohibiéndolo por decreto en un ámbito primordial en la formación de la personalidad como son las escuelas. Visito con frecuencia las escuelas españolas donde veo cajas de fruta para que los niños la consuman. No podemos dar fruta a un niño y, al mismo tiempo, deformarle la cabeza con la lengua inclusiva. La lengua ya lo es. No es preciso remarcarlo. Cuando decimos que los ciudadanos españoles comen pan en la comida entendemos el alcance de la frase. Resulta un lastre decir que todos los ciudadanos españoles y todas las ciudadanas españolas comen pan en la comida. Por eso no lo decimos. Hasta que llegaron ellos, ellas y elles y comenzaron a conducir por direcciones prohibidas.
La lengua es un bien compartido. Al hablar, nos definimos. No es necesario que mostremos el carnet de identidad. Cada vez que sacamos la lengua a paseo ya estamos poniendo de manifiesto nuestra identidad. El tono, la viveza, la precisión, la gravedad, la ironía son maneras de comunicarnos. Ahí sí deberían hacer hincapié los gobiernos fomentando la lectura para que no se escapen los matices.
Francia ha dado una lección al mundo. La educación es un bien básico, delicado y primordial; no debemos emponzoñar la cabeza de los niños con lenguajes que les van a deformar las meninges. Estos desbarajustes nos arrastran a una esquizofrenia galopante.
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