El todavía presidente del PP, Pablo Casado, se despidió del cargo ante la junta directiva nacional con una intervención sobria y conciliadora. En ella presentó a su partido como la «plaza mayor» de los españoles y fijó sus coordenadas en un rumbo «reformista, centrado y ... ganador» ante el congreso extraordinario convocado para el 1 y 2 de abril en Sevilla, que con toda seguridad situará a Alberto Núñez Feijóo al frente de los populares. Solo su leve queja porque «no se merecía esto», su mención a que la mayoría de los presentes ocupan puestos para los que fueron propuestos por él y su pesar por dejar «inacabado» su proyecto adquirieron un tono de reproche por su parte. Cuando lo más penoso para él es que deja un legado prescindible. Tras su adiós «sin rencor» se escuchó la voz de Isabel Díaz Ayuso hablando de «los presidentes agraviados», reclamando –dentro y fuera de la reunión– la expulsión de quienes hayan actuado contra ella y su familia e incurriendo en la improcedencia de preguntarse «¿cuántas Ritas Barberá puede aguantar el partido?». Términos que advierten de que al PP le costará «no dedicar ni un minuto más a hablar de nosotros, sino de lo que necesitan los españoles», que fue el deseo de despedida de Casado.
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Núñez Feijóo se reúne hoy con la dirección de los populares gallegos antes de anunciar desde Santiago de Compostela su candidatura a la presidencia del PP y, estatutariamente, a la presidencia del Gobierno de España. La unanimidad de las baronías en torno a su figura, que ayer se adivinaba compartida por la actual junta directiva, adquirirá hoy los tintes escénicos de que el máximo responsable de la Xunta se ve en la necesidad de sacrificarse personalmente para evitar que el Partido Popular continúe desangrándose, para convertirlo en alternativa con posibilidades reales de salir ganador del nuevo ciclo electoral.
No le bastará con levantar el ánimo de la militancia y brindar una imagen templada que acredite al PP ante el escepticismo que afecta al centro-derecha. Deberá, de entrada, impulsar un modelo de partido que sea más que la suma de sus organizaciones territoriales. Desentrañar, empezando por Castilla y León, la incógnita de su política de alianzas respecto a Vox. Y afrontar lo que resta de legislatura explorando acuerdos de Estado que atenúen la polarización, recordando en todo momento que el PP es una formación presidencialista necesitada de directrices claras.
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