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Recuerdo que hace unos años el amigo Javier me corregía a la hora de nombrar a los personajes protagonistas de 'Cien años de soledad' (José Arcadio Buendía, Melquíades, Úrsula, Amaranta, etcétera) y eso que él no había leído la novela, solo la había escuchado. Es ... oportuno informar que Javier es ciego.
Tras este preámbulo, conviene indicar mi predilección por la lectura en papel, siendo lo que yo llamo un 'lectófilo', que no es nada más ni nada menos que ser un aficionado a la lectura, entretenimiento que no está reñido con el de bibliófilo. A estos coleccionistas, la lectura en algunos casos les resulta secundaria, primando la edición del libro al contenido literario. Este verano durante la inauguración en Cabañas de Polendos de 'La librería, libros y más', en colaboración con AIDA Books&More (Ayuda Internacional y Desarrollo, Librerías Solidarias), tuve con un tipo una discusión sobre el tema. Al otro, la venta por dos euros de una primera edición de 'Concierto barroco' de Alejo Carpentier le parecía excesivamente barato. A mí me parecía asequible, que es los que espero encontrar cuando busco libros en las librerías de lance. La controversia terminó en tablas.
Leer siempre ha sido un problema o mejor dicho, tiene su dificultad y como toda actividad humana que se precie necesita tiempo para ejercitarse con toda pericia. Andar, algo tan pedestre, nos cuesta años de prácticas para terminar muchas veces dándonos de bruces contra el suelo. Sobre todo cuando nos aventuramos en la pérdida de las cuatro patas, vamos, que dejamos de andar a gatas para elevarnos erguidos. Con la lectura nos pasa lo mismo, tropezamos con las letras y nos cuesta enlazar palabras correctamente, frases legibles, desentrañar el significado de lo escrito. En resumen, nos resulta difícil y lleva mucho tiempo, siéndonos luego imprescindible para nuestra vida diaria y más en nuestro quehacer educativo y cultural. Cierto que hay civilizaciones, pueblos que saben leer y en cambio ignoran la escritura. Pero ese es otro cantar, lo que en estos momentos nos incumbe es la lectura, entender los trazos, los signos que la cultura que nos envuelve nos ha enseñado. Seguro que esto, que no es otra cosa que un regalo de los dioses, tiene sus enemigos, sus invasores que, aprovechándose de las palabras, de la literatura nos lo quieren robar. Me refiero a la industria audiovisual. Lo que primigeniamente fue cine, ahora es un amplio abanico acústico visual, y nos quieren sustituir los beneficios de la lectura por un sucedáneo, más fácil de digerir, con el que pretenden suplantarlo. Me refiero al audio libro con un amplio mercado industrial, mediático y financiero. Muchos beneficios potenciales y en principio mayor manipulación publicitaria, ante una más amplia generalización de su aplicación. Oír no es lo mismo que leer y escuchar es algo más complejo.
Me viene a la memoria una obra de teatro 'El lector por horas', de José Sanchis Sinisterra. Tengo que decir que la obra en sí no me terminó de agradar, pero me viene de perilla al caso en el que nos estamos metiendo, que alguien te lea una novela, poesía. No confundamos lector por cuenta ajena con narrador oral, muy habitual en la cultura tradicional, en unas épocas de escasa alfabetización. Vagabundos, transeúntes, vecinos que al calor de una hoguera escuchaban encandilados al contador de cuentos que, con cambios de voz, diferentes recursos gestuales y dramáticos mantenía la atención con historias de hadas, duendes, encantamientos, fantasía, etcétera. También es verdad que en la Edad Media los instruidos, normalmente el clero, leía en voz alta no solo para ser oído por un grupo de oyentes, sino simplemente como forma tradicional de lectura. Más contemporáneamente, siglo XIX, trabajadores de la fábrica de tabaco en la Cuba española o las mujeres mientras cosían eran obsequiadas con la lectura de un libro. El recogimiento de la lectura, o lo que es lo mismo, en silencio recibir los pensamientos, las historias de los que están ausentes, compartiendo la reflexión, la palabra. El diálogo entre dos desconocidos que, de una manera sutil empiezan a conocerse y a discutir, a discrepar o más cordiales aseverar ideas afines.
Podemos decir que agilizar el oído para escuchar lo que otros escriben es retroceder en el tiempo, rebajar el silencio de la lectura seria y concentrada a un auditorio de auriculares, en el que la relectura es un replay y el subrayado un olvido. Es posible, pero retomo un apunte de Jardiel Poncela «Yo me he preguntado infinitas veces cómo los analfabetos van a dejar de ser analfabetos si no se les da nada que leer», esgrimía el autor en la 'Explicación a sus Lecturas para analfabetos'. Está claro que puede haber lectores que no quieren leer y analfabetos funcionales que 'leen' por boca de otros. Usurpando la voz y la fantasía al que escucha. Oír sin aprender a escribir. El primitivo recurso de la pictografía. ¿El fin de la lectura?
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