
Lecciones sobre la eutanasia desde Atapuerca
«¿Con qué criterios se decidirá qué vidas valen la pena ser vividas y cuáles no?»
julio josé gómez otero
Lunes, 30 de marzo 2020, 07:13
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julio josé gómez otero
Lunes, 30 de marzo 2020, 07:13
Los yacimientos de Atapuerca, cerca de Burgos, nos ofrecen descubrimientos asombrosos. Uno de ellos es un fósil encontrado en 1996 y que pertenecía a Elvis, ... un anciano que murió aproximadamente a los 50 años (cuando la esperanza media de vida no superaba los 35). Las condiciones físicas de Elvis estaban tan mermadas que no podía ayudar en las cacerías, trasladarse al ritmo que los demás y sobrevivir sin la ayuda constante del grupo. Era bajo de estatura y muy robusto, andaba encorvado, tenía que apoyarse en un bastón y sufría varias dolencias y enfermedades degenerativas que le ocasionaban fuertes dolores. «Si no hubiera tenido cuidados, no habría sobrevivido tantos años», asegura Alejandro Bonmatí, uno de los descubridores de Elvis.
Aunque Elvis era dependiente y suponía una «carga» para el grupo, tal vez sus conocimientos podrían ser valiosos a otros niveles, y, por lo tanto, «era rentable» hacerse cargo de él. Pero esto no ocurría con Benjamina, otro de los fósiles de Atapuerca. Benjamina nació con una malformación severa que le ocasionó un retraso mental considerable, y el hecho de que no fuera abandonada al nacer y llegara hasta los 10 años de edad, muestra la solidaridad entre aquellos homínidos primitivos, en un tiempo en el que aún ni siquiera se dominaba el fuego, hace más de 500.000 años. La conclusión es obvia: los hombres y mujeres de Atapuerca estaban dispuestos a cargar con sus congéneres discapacitados en sus desplazamientos continuos, a renunciar a parte de su escasa dieta para ayudar a los miembros más desvalidos del grupo, y a entender que la vida tiene un valor que va más allá de su utilidad o su bienestar.
Los hallazgos de Atapuerca no son aislados: se han encontrado en otros yacimientos prehistóricos restos de un niño con un defecto cerebral que vivió hasta los cinco años; de un hombre con un brazo atrofiado, los pies deformados y ciego de un ojo que dependió del grupo durante 20 años, y de una mujer de hace 1,5 millones de años, con una enfermedad congénita. Ejemplos de cuidados, por parte del grupo, de sus miembros «aparentemente inútiles». Un interesante libro, 'The prehistory of compassion', analiza muchos otros ejemplos de altruismo en los homínidos primitivos.
Hoy, en cambio, en nuestro occidente desarrollado, progresista y compasivo, ¿qué está sucediendo?
En Canadá, donde la eutanasia es legal desde 2016, la residencia de ancianos Irene Thomas ha perdido los 750.000 euros anuales de subvención que recibía del Estado porque se ha negado a practicar la eutanasia a sus pacientes. También en Canadá, Roger Foley, con una enfermedad que le impide andar y hablar, ha recibido de su hospital una factura de 1.800 dólares diarios, que debe pagar si quiere seguir con el tratamiento para sus dolencias. Como alternativa, se le ofrece el acceso gratuito a la eutanasia. Lo mismo en Oregón: a un enfermo de cáncer de próstata, Randy Stroup, los médicos se negaron a tratar con quimioterapia porque es muy costoso, pero la sanidad pública se ofreció a pagarle el coste de la eutanasia.
Una vez que se abre la veda, la pendiente es resbaladiza: eutanasia para menores de edad (aprobada en Holanda en 2005), para recién nacidos en Bélgica, incluso en contra de la voluntad de los padres (pensemos en el caso de Charlie Gard y Alfie Evans), eliminación del requisito del consentimiento del paciente (quien decide quién es candidato a recibir la eutanasia es el Estado, los recursos sanitarios disponibles, los comités médicos, o la familia que no puede o no quiere hacerse cargo de uno de sus mayores o enfermos). ¿Una exageración sin base real? En 2015, en Holanda, se practicaron 431 eutanasias no solicitadas por el paciente.
El código de conducta holandés, actualizado en 2018, sostiene que «un paciente que quiera recibir la eutanasia no tiene necesariamente que estar afectado por una patología terminal» citando como motivos para solicitarla «el malestar psíquico, la depresión, los achaques, la sordera, la osteoporosis…». Los famosos casos tipo Ramón Sampedro, de dolor extremo y gran impacto emocional, donde el que opta por poner fin a su vida es un sujeto autónomo, libre, consciente y sin perspectivas de mejoría, son solo la excusa para abrir la puerta legal y lograr la aprobación social a una eutanasia solicitada por razones cada vez más subjetivas y utilitarias, o incluso impuesta por el Estado para sus miembros más débiles, gravosos o improductivos.
En la clínica del doctor Bert Keizer se practicó en 2017 la eutanasia a 750 personas. Está acostumbrado a ir a casa de los pacientes que quieren morir -previo pago de 3000 euros-, pero la escena a la que asistió el año pasado es sobrecogedora incluso para él. Cuando llegó a la cabecera del hombre al que tenía que matar, se encontró a 35 personas que estaban «bebiendo, gritando y riéndose alegremente. Había mucho ruido y pensé: 'Muy bien, ¿y ahora cómo lo hago?'. El hombre que tenía que morir sabía exactamente qué hacer y dijo: 'Muy bien chicos', y todos le entendieron. Se callaron, sacaron a los niños de la habitación y le puse la inyección».
La eutanasia es ya la causa de muerte del 25% del total de fallecimientos, y se ha convertido en Holanda en algo normal y socialmente aceptado. De hecho, se está debatiendo en el Parlamento la entrega a todos los mayores de 70 años de una 'pastilla roja' que provoca la muerte, de modo que cada uno pueda tomarla cuando considere que su vida sea insoportable, esté completa o suponga una carga.
Balduino Chabot, psiquiatra considerado uno de los padres de la eutanasia en Holanda, está asustado por una casuística y una normativa que está «completamente fuera de control». Él mismo promovió y redactó la primera ley de 2003, pero pide ahora, a los demás países europeos, que no cometan los mismos errores, porque asegura que una vez que se abre una brecha en el muro de la indisponibilidad de la vida, las consecuencias son rápidas, imprevisibles y en cadena.
El lobby que está presionando para la legalizar la eutanasia en nuestro país -y que tiene previsto hacer un buen negocio con ello- acaba de organizar en el Congreso un evento en el que se ha pedido que la ley no incluya solo a personas que puedan tomar decisiones por sí mismas y de modo consciente, sino también a otros pacientes en distintas fases de deterioro cognitivo, demencia, Alzheimer, edad avanzada o situaciones familiares complejas. Tratan de ser coherentes con su concepción utilitaria y nihilista del ser humano: ¿por qué poner límites externos, legales, a la voluntad autónoma de la persona? ¿Por qué reservarlo sólo a los enfermos y terminales, y no abrirlo a cualquier otra persona que lo desee? ¿Cómo se determina y quién decide cuál es el umbral de sufrimiento necesario para poder solicitar la eutanasia?
Los ejemplos de pendiente resbaladiza en la aplicación de la eutanasia, en aquellos países donde ya se ha aprobado, son infinitos. No se los contarán en los medios de comunicación oficiales, a los que no interesa que usted conozca la otra cara de la moneda, ni tenga todos los elementos racionales antes de tomar una decisión: la ruptura de la confianza en la relación paciente-médico, la presión a la que se somete a los enfermos y ancianos cuyos tratamientos son muy costosos, la realidad de unos presupuestos siempre exiguos y deficitarios, y que hay que optimizar invirtiéndolos en los enfermos con más posibilidades de futuro...
En último término, aunque la ley de la eutanasia se presenta como el colmo de la compasión, la libertad y la dignidad, ¿quién velará por los enfermos mentales, por los discapacitados, por los ancianos sin familia, por los dependientes, por los pacientes con enfermedades raras? ¿Con qué criterios se decidirá qué vidas valen la pena ser vividas y cuáles no? ¿No son estas unas competencias que exceden con mucho el papel del Estado?
Me temo que, en la España que se nos viene encima, con nuestro sistema sanitario, las vacunas, la anestesia y los cuidados paliativos, Elvis y Benjamina tendrían muchas menos posibilidades de sobrevivir que en Atapuerca. ¡Qué cosas tiene el progreso!
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