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Hace no mucho, en las redacciones se nos imponía el tabú informativo de los suicidios. Se hablaba de fallecimientos, pero sin añadirle el concepto autolítico porque se interpretaba que ponerle nombre implicaba un efecto llamada. Tras el ciclón de la pandemia, hemos empezado a considerar ... importante la salud mental. Todos nos sentimos más vulnerables. Tras el encierro, se han despertado viejos fantasmas, temores, preocupaciones e inseguridades que antes permanecían latentes y que hoy pueden resultar letales. Hay datos demoledores, cada día se quitan la vida diez personas, pero por cada una de ellas, hay ocho que lo intentan.
Hablar y reflexionar sobre esta realidad puede ayudar, pero no es suficiente. Detectar entre todos las conductas suicidas es clave para enfrentarlo. Hace falta un plan de prevención nacional, el mismo para las 17 comunidades, e incorporar la figura del psicólogo en la asistencia sanitaria. El sistema flojea si no reconoce que la salud también es mental, no solo corporal.
Mientras esto no ocurra, tendremos que identificar los síntomas de alarma que descubren un desánimo o una desesperanza que se prolonga. Debemos despojarnos del estigma que rodea a este trastorno mental y alcanzar una sensibilidad superior que nos permita alejarnos del miedo a hablar de la muerte voluntaria. Esto es un SOS. Entre todos, debemos ganar la batalla que implica volver a enganchar a la vida a quienes hoy están destruidos por dentro.
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