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Se van a cumplir cuatro años del estallido de la pandemia y con perspectiva siento advertir que aquel paréntesis que lo fue para todos, no ha tenido el mismo efecto en algunos. Nos taladraron el cerebro con la candidez de quien pensó que de aquella ... saldríamos mejores y más fuertes. Me esfuerzo en creerlo, pero 1.524 días después, siento una profunda contrariedad.
En diez días, habrá pasado un cuatrienio. Por aquel entonces hubo quien lo aprovechó para apagar motores fuera y encenderlos en casa. Para estos, los menos, quizás fue más sencillo que para quienes tuvieron que enfundarse en bolsas de basura para hacer frente al colapso sanitario. Tampoco fue fácil para quienes con los ojos empañados y el corazón encogido tuvieron que cargar con los cuerpos inertes que dejaba un virus implacable. No hubo tregua tampoco para los servicios funerarios. Unos y otros estuvieron en pie de guerra, frente a frente en mitad de la tormenta por ser servicio esencial. A fin de cuentas, era cuestión de vida y de muerte. Hubo quien se debatió durante meses entre este mundo y el que nos espera y hoy puede seguir caminando. 160.000 dejaron de hacerlo.
Hoy sabemos que hubo quien aprovechó la necesidad para enriquecerse. Abusaron de su posición de privilegio para inflarse los bolsillos. El 'resKoldo' de la pandemia fue la mordida venenosa que se convirtió en ladrillo. Un tufillo a avaro que incluso podría hacer caer al mismo Ábalos.
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