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Todo el mundo debería tener la capacidad de poder viajar. Creo que es imprescindible para abrir la mente, pero también para aligerar el equipaje. Reconozco que no soy la clásica mochilera, aunque con el tiempo he aprendido a ser un poco más práctica. Me he ... movido entre el baúl de la Piquer y el bolso de Mary Poppins y, lo admito, nunca era suficiente. Así que he decido simplificar. Una vez que destierras el «por si acaso» el trayecto se hace más liviano y ya en el destino es cuestión de apañarse y mentalizarse.
Pero en el fondo, mochileros somos todos. Incluso los que no se mueven ni en barco o en avión, en bicicleta o autostop. El macuto de la vida pesa y, en ocasiones, lastra. Por eso conviene aligerarla de vez en cuando. Va cargada de miedos, inseguridades, culpas, autoexigencias… Todo aquello que nos hace llegar tarde a la estación o perder simplemente el tren. No es sano. Las llanuras se convierten en cuestas imposibles. Falta el aliento y, en muchas ocasiones, el ánimo. Por eso debemos ser capaces de soltar. Tratar de viajar con lo puesto y como mucho con una muda.
Cuando la carga se haga insoportable no está de más pedir ayuda. La hay profesional, pero también te la da una conversación, el deporte, un atardecer, un libro o buena música. Todo esto ayuda a descongestionar la mente y a aligerar la mochila. Porque ya que nos viene adosada a la espalda, mejor que esté cargada del vivir y no repleta de un sinvivir.
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