
Los límites no coartan. Al contrario de lo que se cree ofrecen seguridad y restablecen el equilibrio cuando se ve alterado. Un niño que crece ... en un ambiente extremadamente permisivo, con toda probabilidad será un adulto sin autocontrol y con baja tolerancia a la frustración. Una autoestima minada que condicionará sus relaciones futuras. Un ambiente con normas y acotado ofrece seguridad y permitirá encajar mejor en una sociedad ya de por sí inestable.
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Hubo una ministra ilustrada, Isabel Celaá, que dijo que los hijos no pertenecían a los padres. Tal vez fue el enésimo intento por meter la mano en la familia, el último reducto donde aún nos quedan competencias propias. Echando la vista atrás, fue peccata minuta para lo que estaba aún por llegar: abortos sin consentimiento paterno o cambiar en el registro civil de nombre y de sexo desde los 16 años. En plena adolescencia, se deja al albedrío hormonal decisiones que marcarán el resto de sus vidas, sólo con el permiso de papá estado. Dicen protegerles cuando se establece en la mayoría de edad el consumo de tabaco y de alcohol. ¡Faltaría más!
Y ahora toca la Ley del Menor, tan obsoleta como ineficaz. Si se les otorga el privilegio de decidir como adultos, también deberán asumir como tal las consecuencias de actuar como mayores aún siendo menores. Ya está bien de tanta laxitud y de tanto paternalismo impostado. Seamos contundentes y un poquito menos condescendientes.
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