La noche es silenciosa y apacible. En agosto la ciudad parece adormecida y casi desértica. En la calle Goya hay viviendas en total quietud. Algunos vecinos han aprovechado para estirar el día fuera de casa. El tiempo acompaña y no hay prisa por regresar. Poco ... antes de las once, un gran estruendo envuelve en llamas la primera de las plantas del número 32. Es el prólogo de una larga madrugada de la que apenas se ha cumplido una semana.

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El desalojo se prolonga durante horas. Los equipos de emergencia trabajan hasta la extenuación. Nada se sabe de Teresa.No hace mucho que ha llegado al vecindario, pero se la echa de menos. Sus dos hijos dan la voz de alarma y el fatal desenlace se confirma. No hay consuelo para la pérdida.

Bajo los escombros, ya calcinados y aún humeantes, quedan los recuerdos de toda una vida. Ahora toca resurgir. El camino no es sencillo y no sería justo recorrerlo en soledad. El Ayuntamiento de Valladolid se ha volcado con sus vecinos. Les presta ayuda psicológica y cobijo. Las aseguradoras deben ser muy diligentes. Ofrecer certidumbres y liberar las indemnizaciones cuanto antes, aunque todos sabemos que no hay capital que restaure la pérdida de un ser humano. Nadie la traerá de vuelta, pero hay que volver a edificar, a construir el hogar que un día saltó por los aires y quebró el aliento. Valladolid está con Goya. El telón tiene que volver a subirse para cerrar el guión de una fatal noche de verano.

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