Mañana ya es hoy. Seguro que hace unas horas entonabas el clásico «esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad», y en un abrir y cerrar de ojos ya es mañana. El día en el que uno tiene que tener el corazón más abierto a ... dar y a recibir. Es tiempo de añoranzas y de nostalgias. De echar en falta a los que ya no están. Un vacío insustituible, difícil de recuperar, por mucho que nos empeñemos en llenar una mesa con demasiadas ausencias.
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Celebramos la vida, ya sea en un humilde portal o en una moderna maternidad, pero sin perder de vista que el otro lado nos espera, dentro de 33 años o de, esperemos, muchos más. Siempre es mejor vivir este tránsito en paz y con el alma a rebosar. No esperes a abrazar a un hermano por un problema del pasado cuando vuestra madre ya no esté. Hazlo ahora y permite que sea testigo del reencuentro. Hay quien por no tener no tiene ni con quien reconciliarse. La Navidad también es soledad en muchos hogares.
La Navidad nos ha pillado desprevenidos, cada vez más. Llega antes a los lineales y a los escaparates que a nuestro corazón. Nos perdemos entre la multitud de unas calles cegadoras y ruidosas. Cargados a lo Pretty Woman, nos golpea la conciencia toparnos con alguien que pide acompañado de un pequeño cartel y un mensaje casi ilegible. Ahí abajo también está la Navidad, como en los albergues, como en los centros de refugiados y en las casas de acogida. Y en la tuya: ¿es Feliz Navidad?
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