Podríamos llorar 500 litros por metro cuadrado. Hacerlo sin consuelo hasta exprimir el 65 por ciento del líquido que compone nuestro organismo. Aún así no aliviaría el dolor por tantas pérdidas humanas. El agua se los ha llevado y a algunos los ha escondido. ... Calles transformadas en cauces torrenciales, ríos devueltos a la vida por una indomable DANA que arrasó con todo a su paso.

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Con el dolor de la pérdida surgen interrogantes que habrá que despejar cuando salga el sol. ¿Por qué las alertas a la población se enviaron a las ocho de la tarde si los avisos de peligro extremo se activaron mucho antes? ¿Por qué el teletrabajo no se impuso por decreto como en pandemia? ¿Por qué se abrieron los colegios? Tal vez con niños en casa, muchos padres no hubieran abierto la puerta de casa y sus hijos no habrían ido tras una mochila que arrastró la corriente.

El cielo se abrió y lo seguirá haciendo hasta que nosotros no abramos los ojos para darnos cuenta de que el clima está cambiando, de que ni siquiera la meteorología puede advertir de la magnitud de la gota fría. El cambio climático es un hecho aunque nosotros hayamos cambiado poco.

Pero no debemos agarrarnos al lamento. Es hora de hacer patria y situarnos junto a las comunidades hermanas. Se está haciendo con el envío de ayuda para abrigarlas en el desconsuelo. Una ayuda para reconstruir lo que ya nunca volverá a ser igual. Ese día, a todos nos llevó un poco la corriente.

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