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Ha pasado un año ya, pero el recuerdo es tan nítido como doloroso. El espejo del baño estaba oculto tras un manto de vaho, pero aún así aprovechó para levantar el brazo izquierdo y tantearse casi a ciegas el pecho con la mano contraria. No ... es algo habitual en ella, pero ese día fue instintivo. Sólo bastó una pasada para comprobar que ese nódulo no estaba allí antes. En menos de un mes, ya tenía nombre: carcinoma.
No hay que edulcorar la enfermedad. El cáncer despierta miedos y te coloca al borde de la finitud. El diagnóstico es el inicio de un largo camino de sesiones que descubren la fragilidad del cuerpo y quiebran la salud mental. Es muy esperanzador saber que el 85% de las pacientes con cáncer de mama lo supera, que los tratamientos han mejorado la supervivencia incluso en los estadios más avanzados, pero el camino hay que transitarlo y es incierto.
La enfermedad no se aparca tras la quimioterapia, una mastectomía, la radioterapia o el tratamiento que te mantiene alejada de una recaída. Siempre va a estar presente como una cicatriz invisible al ojo ajeno, pero grabada a fuego en el alma de quien la ha sobrevivido.
Desde la negación a la aceptación hay por lo menos cuatro estaciones. Para dar seguridad en el viaje no hacen falta alforjas, sino más investigación, más unidades de radioterapia y más oncólogos. Solo así habrá esperanza para regresar a casa tras un viaje para el que nadie quiere billete.
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