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De pequeña, mi tío Diego me llamaba morritos. El apodo cariñoso me lo gané a pulso cuando arrugaba la boca como síntoma evidente de que algo me incomodaba. Por aquel entonces rondaría los 14 años. Una cuasi adolescente en potencia con poca capacidad para gestionar ... la frustración. Si Irene hubiera estado cerca, estoy segura de que me habría explicado que aquello no era un calificativo inocuo, sino que yo estaba sometida al poder heteropatriarcal. Afortunadamente, mis referentes feministas eran otros.
He tenido la suerte de crecer en un clima de igualdad. En casa, mi madre a veces llevaba los pantalones y otras el delantal. Eso es feminismo, como también lo es el hecho de que mi padre nos llevara con su motillo a las extraescolares o se encargase de hacer la compra. Estar rodeada de mujeres fuertes e independientes hace que me chirríe el discurso que ha entonado en su mandato la ministra Montero. Ser feminista es saberse marchar sin hacer ruido, sin dar lecciones baratas a quien toma la cartera con un espíritu más moderado. A poco mejorará el destrozo.
Confía, Irene. Quizás tu salida haya sido la única decisión justa que ha tomado Pedro Sánchez al configurar el nuevo gobierno. Le dejas a tu sucesora una herida abierta en canal. Por cada día que has gestionado, has rebajado la condena a más de un agresor sexual. Has beneficiado a 1.200 machistas y eso no es feminismo, por mucho que te pongas la camiseta de la igualdad.
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