Todos tenemos un coleccionista dentro. Va más allá del simple hecho de acaparar objetos. Puede darse el caso de que te inclines por acumular experiencias que, sin ser tangibles, constituyen un aliciente vital. A estos, son la mayoría, los llamaría los incalculables. Embarcarte en un ... viaje a la Gran Barrera de Coral australiana tiene un valor económico, pero lo que aquí se acopia es la propia vivencia y eso se lleva en la mochila, y no pesa.

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Hay acumuladores de papel. Sin orden ni criterio. Lo que entre en la bolsa. Suelen ir con ella vacía y la llenan de cualquier revista o guía, libros o publicaciones. Para todo esto hay un espacio limitado. Los clásicos optan por los sellos, monedas, discos de vinilo, postales, imanes o chapas. Uno puede coleccionar desde huesos hasta amantes, depende de la catadura moral del personaje.

Ahora bien, lo que jamás me habría llegado a imaginar es que se puede ser coleccionista de insultos, que no de indultos, ¡ojo! Puestos a hacer un informe público sin valor, mejor rellenar cientos de folios con piropos. Por salud mental, no lo habría hecho. Aplicaría la misma técnica bloqueadora virtual, pero en papel. Silencio radio. Y de paso, todos ahorraríamos tiempo y dinero, especialmente a quienes jamás hemos utilizado estos medios para faltar y, sin embargo, se nos ha señalado por opinar. Y sí, lo confieso, yo también soy coleccionista de opiniones en papel, como la que acaba de leer.

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