Recuerdo en cierta ocasión que a los padres del colegio nos encomendaron la peligrosa tarea de preparar una obra de teatro infantil para deleite escolar. 50 progenitores, cada uno de su padre y de su madre, con sensibilidades dispares. Guión, estilismo, decoración, sonido y reparto ... de personajes. Las manos sobraban. A algunos las ganas, también. Se echaba en faltaba una especie de maestro de ceremonias que ordenase el cotarro. Sin líder en el horizonte se produjeron las primeras rebeldías. Aquello salió, pero en la plaza las miradas ya nunca fueron las mismas.
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El liderazgo es sano e incluso me atrevería a decir que necesario. Los equipos que no cuentan con uno definido, tienden a desmotivarse y desintegrarse. Lo mismo ocurre cuando el liderazgo está tan marcado que se convierte en una especie de César que dicta en su propio beneficio. Queda claro que a Vox no le va la sumisión y que castiga las discrepancias. Ha ocurrido en Castilla y León. A Abascal le parecía tibio el cogobierno y ordenó dinamitar el pacto. Juan García Gallardo se despojó sin reservas, acató y se calló. Pasó a ser un militante más. Eso le honra tanto como agitar a un partido que se ha instalado en el ordeno y mando.
Hoy sabemos que la sintonía entre Abascal y Gallardo era impostada. Que en esa casa también se cuecen habas y cuando se atreven a cuestionar el menú se le planta la carta, pero la de despido. Allí se come y se calla.
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