El crucero por el Mediterráneo es una experiencia inolvidable. Una urbe flotante y multiservicio. Puedes renovar tus votos matrimoniales e incluso dejarte el salario en el casino. Cenas de gala, clases de baile, salón de belleza y festines gastronómicos a todas las horas posibles. Todo ... es tan magnánimo y desproporcionado que deberás tener bien desarrollado el sentido de la orientación para poder regresar al camarote. Miles de cruceristas a bordo y una ventaja a la madrileña, «puedes cambiar de pareja y no volver a encontrártela nunca más».
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Pero, sin dudarlo, el crucero del que más se habla es el que discurre por el Atlántico. Allí es todo más modesto. La ruta de Senegal o de Mauritania la toman unas 500 personas cada día con un único privilegio: el viento a favor que estos días favorece la travesía de los cayucos. Un trayecto de días por alta mar de unos 1.600 kilómetros y con una dificultad añadida, la incapacidad de los 27 para coordinar una política migratoria a la altura de una auténtica crisis humanitaria.
Se impone la solidaridad cuando arrecia la adversidad. La crisis migratoria ha dejado al descubierto la debilidad del gobierno de España que se pavonea de una gran capacidad de acogida, pero que deja al raso a los llegados y a la deriva a las instituciones canarias. Es necesario un mando único, así como también 17 pares de brazos dispuestos a dar cobijo, aunque algunos no tengamos ni puerto de mar.
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