La redacción de este comentario me pilla pocas horas después de haber visto in situ los efectos de la catástrofe provocada por las llamas en la Sierra de la Culebra. La visita fue posible gracias a la invitación de dos amigos comprometidos con el medio natural, desolados ante un espectáculo dantesco que todavía huele a humo y donde, si aguzas el oído, se escucha el leve crujir del fuego que lo ha dejado todo convertido en un erial.
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Los colegas que me invitaron no lo hicieron para criticar a la Junta por tener mermada en un sesenta y cinco la plantilla de bomberos a pesar del riesgo alto de incendio en aquellos días; tampoco para criticar la miseria de ayudas ofrecidas por las autoridades nacional y regional. Su queja sin palabras era por contemplar de cerca una catástrofe ecológica, social y humana de tal magnitud. Una desgracia que ha arrasado miles de hectáreas que tardarán más de una generación en recuperarse; aunque ya nada será igual.
Cuando escribía de sucesos nunca me gustó volver a los 'lugares del crimen' porque hasta las baldosas del salón tenían marcas de la tragedia. Pero anteayer recorrí una mínima parte de las señales del 'asesinato' de ese hermoso espacio de la provincia zamorana, que abarcaban mucho más que aquella salita de casa donde apareció el cuerpo: un cementerio del tamaño de quince mil campos de fútbol arrasados.
Imposible describirlo sin derramar una lágrima.
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