A una labradora quiero

Se modernizaron, compraron maquinaria, aprendieron técnicas, dejaron atrás la imagen de paletos, convirtieron la agricultura en un oficio como cualquier otro. Se quitaron el pantalón de pana, las botas, oyen programas de radio en los que se enteran de lo que ya saben, de que el trigo anda barato. Pero, como ayer, como en aquel mundo que repudiaron, cada septiembre entregan el trigo sin saber a cómo se lo van a pagar. Compran el abono al valor que les fija el almacenista; el gasóleo a como quiere la petrolera; el tractor como decide Jhon Deere y la cosechadora como le apetece a New Holland.

Se les obliga a comprar semilla certificada, que controlan multinacionales como Bayer, y se les prohíbe vender la cosecha a quienes deseen. Y del valor de sus productos se enteran por lo que les dicen en la radio, los sábados muy temprano, que ya se sabe que los labradores madrugan. Si el sol fuera jornalero..., cantaba mi padre. Barcos de Argentina, llegan barcos de Argentina cargados de trigo que bajan el precio, le decían a mi padre, a la gente de mi infancia. Labrador era mi padre..., dice la jota, cantaban la jota aquellos que no pudieron cambiar, que no deseaban que sus hijos fueran agricultores.

Pero es difícil ser otro, no eres otro aunque vayas a cursillos y sepas de política agraria comunitaria y el tractor tenga 'bluetooth'. Eres el mismo si continúas, como tu abuelo, como el mío, entregando tu producto sin saber qué precio te van a pagar por él. El libre mercado es para otros. Tú dependes del cielo y de la avaricia del mayorista. Marx odiaba a los labradores, intuyó que jamás se unirían para defenderse... Y labrador fue mi abuelo y yo como labrador...