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No sé si contra el coronavirus. Pero desde luego no hay mascarilla ni gel hidroalcohólico que se muestren eficaces contra los ataques de la gripe política. Una infección sobre la infección que, al igual que la covid, aquí se ceba de manera especial con Madrid… ... y Barcelona. Para que no se les eche la gente encima, los independentistas tratan de integrar su mensaje en lo que es ahora la preocupación principal, por no decir la única, de los ciudadanos: la pandemia. Así dice Torra, al salir del Supremo, que no se le está castigando a él por desobediente, sino «a un país entero en mitad de una pandemia». Y para no irle en zaga, el histrión Rufián denuncia que lo que estamos viviendo no es otra cosa que «una guerra judicial contra las ideas, y con la derivada del covid». Nada menos.
Otra cosa es Laura Borràs, a la que le importa un comino, por no decir un bledo, que los chinos nos hayan pirateado la receta de la vacuna. Para ella lo de Torra es «un atropello flagrante, el más grave de la historia». Lo cual sólo puede decir dos cosas: o que no sabe nada de historia o que no sabe nada de atropellos. En medio de una sarta de grande titulares, tan amarillos como el color de su lazo, apenas alcanzó a decir una media verdad: «Este Gobierno, que amenaza con que viene el lobo, se ha convertido en el lobo». No todas iban a ser fake news.
Con todo, hay que agradecer a la delfina de Torra -también enfrentada con los tribunales por ciertas facturas de la Institució de les Lletres Catalanes, cuando ella era presidenta- que nos haya dejado en plena pandemia una frase para la reflexión y para la historia. Es «insostenible», ha dicho, en términos mitad filosóficos mitad medioambientales, «que la justicia pase por encima de la democracia».
Sostiene el filósofo, político y profesor Ramón Vargas-Machuca Ortega, hablando de estas cosas, que «si la justicia es la virtud más importante para organizar la vida pública, la democracia es como el aire sin el que ningún orden justo puede sobrevivir». Es decir, que sin democracia es muy difícil que haya justicia. Pero que sin justicia es imposible organizar la vida pública con virtud. A mayores: poner justicia por delante de democracia es fundamento de tiranía. Mientras que poner democracia por delante de justicia es principio mismo de los populismos. O sea, de las tiranías vestidas de lagarterana.
Ése es el punto que hemos alcanzado con esta triste pandemia. La democracia vive secuestrada por la emergencia. A la justicia se le ha caído la venda, y está tan deslumbrada que a duras penas consigue sostener la balanza. Y la libertad se ha quedado en eso: en que cuatro imbéciles (del latín sine-baculum, los que no tienen bastón con el que sostener su dignidad) digan lo que les dé la gana, sin que el cielo caiga sobre sus cabezas. Si no fuera porque lo dijo Colleta –nada que ver con nuestro vicepresidente-, que se libró de la cárcel de Fernando I de Borbón sobornando a los jueces, antes de ser nombrado general por José I Bonaparte, antes que con la de Borràs me quedo con su sentencia: «Más que la civilización, la justicia es la necesidad del pueblo». Palabrería insostenible.
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