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Hubo un tiempo en el que quien tenía una licencia de bar tenía un tesoro. Su posesión daba licencia, nunca mejor dicho, para explotar el negocio o traspasarlo por un valor aumentado, precisamente gracias a la tenencia de ese permiso; y si se cerraba, otro ... podía reabrirlo porque tenía eso: licencia. Todo aquello se diluyó y el tesoro perdió valor y ahora el foco se dirige a otro ocio o vicio: el juego.
Barcelona –mal que pese a algunos casi siempre un pasito por delante– ha abierto la veda en el intento de limitar el incremento de la cabaña de locales. He descubierto que aquí se juega, decía el capitán Renault en 'Casablanca', al ordenar el cierre del café de Rick, mientras recibía su mordida. Colau, insobornable activista, ha reaccionado con una norma: en un año no se podrán abrir casas de juego y si cierras es para siempre, porque nadie heredará la licencia.
Barcelona está en esa cruzada y Berlín en fijar un precio máximo en los alquileres, entre 6 y 9,5 euros el metro cuadrado. Así andan las grandes ciudades, con la apertura de boquetes en lo que consideramos normal: el establecimiento de negocios y en cobrar lo que a cada uno le salga de las narices por el arrendamiento de su vivienda, en dos actos de primero de libertad de mercado.
Aquí pensarán que seguro tarda en llegar, como ocurre siempre. Pues miren que se equivocan, que en La Granja y en Cuéllar intentan impedir que se juegue. Y lo de los alquileres a ver si se anima alguien.
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