Es posible la palabra sin vida, mienten o se equivocan quienes conceden a la palabra tanta vitalidad, lo cierto es que nos quitan la vida y aún así, nos queda la palabra, como un epitafio, como la confesión de haber vivido alguna vez y en ... algún tiempo como decía Neruda. No somos apenas capaces de seguir viviendo y sin embargo no dejamos de escribir. ¿Serán las nuestras, palabras de muertos?

Publicidad

La sedosa piel de las palabras crea una magia que no tienen las personas que las pronuncian. Las palabras cobran vida propia en quien las escucha. La imaginación vuela, el juicio crítico aterriza en la palabra, y germina en la mente de quien está dispuesto a creer que hay magia en las personas.

¿Merece alguna consideración hacer caso de todas y cada una de las palabras que nos dirigen nuestros semejantes en todos y cada uno de los momentos de la vida? Pienso que no, como pienso que tampoco valdría no hacer caso de ninguna. La cuestión es que hay que decidir en cada momento qué palabras escuchamos y cuáles piden oídos sordos. Es un problema de ritmos, tiempos y predisposición.

En la palabra pronunciada hay una actitud, más de una persona en la misma persona, una voluntad clara, un pensamiento maduro, y firme determinación por ocultos que parezcan. El resto es ruido y silencio...

Publicidad

Avanzamos a duras penas por los intrincados desánimos de tantas palabras que chocan entre sí en el campo de batalla de frases ideadas para ser el contraste lógico de la razón químicamente pura, bestial, inhumana.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad