El voto ideológico ya no existe. Quien hoy vota a un partido político mañana lo hará a otro en función de variables que nada tienen que ver con simpatías a siglas políticas (sean las que fueren) sino con hechos, y la realidad de los hechos ... es pura volubilidad y volatilidad. La ideología de los ciudadanos es en la actualidad la ausencia de ella. Los futuros votantes no son optimistas ni pesimistas respecto a los modelos de Estado, sino escépticos. No creen en lo que ven, no confían en las palabras y descreen en las promesas. Los ciudadanos no son ingenuos, son prácticos y saben que en democracia todo depende de ellos, su voto quita y pone gobiernos y rechaza dictaduras.
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Es tan probable que los ciudadanos otorguen su confianza en las urnas a un gobierno hostigado y puesto en solfa por la oposición ante la opinión pública, como se la confieran a un gobierno sin oposición. El voto de la calle es hoy impredecible y cada escrutinio electoral una lotería. Ante las urnas el votante es un gesto de libertad caprichosa alejada de programas y gobiernos. Los ciudadanos quitan y ponen gobiernos con o sin razones objetivas y desconfían del poder mediático.
El ciudadano asume con naturalidad la crisis permanente de las instituciones, una naturalidad crítica, no siempre con reflejo en las urnas. Las crisis políticas no son siempre negativas, también una oportunidad para un Estado armónico, fluido, justo y vivo. Lo que sucede es que nadie confía en nadie.
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