Lo he escrito en otro lugar. En la negra noche del cazador solo hay un animal que se empreña en seguir cazándose a sí mismo. Este mamífero superior está dotado de un cerebro que parece olvidar con frecuencia. No es un dios aunque sueña con ... serlo, no es tampoco un noble león, ni audaz lobo, es simplemente el hombre cazador de hombres.
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La violencia es el desafío de nuestro tiempo, un tiempo sin elegancia y de verdugos desapasionados, hijos del terror consuetudinario. Matar es ya una profesión aburrida, incluso burocratizada.
En la paz fingida e impuesta se nutre el odio de un pueblo. El idioma del terror tiene pocas palabras, ninguna razón y rotundos hechos que hablan por sí mismos. La víctima de hoy será mañana el verdugo. Hay voluntades que sojuzgan a otras, que no han dispuesto de oportunidades para aprender a protegerse.
Son galgos o podencos, lo que importa es que corren, que buscan la presa, que han sido adiestrados por alguien que necesita cazar y que sabe que, una vez cobrada la presa, perderá todo sentido su existencia hasta la próxima batida. Son galgos o podencos, ¿o estamos hablando de humanos?
Gloria para los derrotados, gloria para los vencedores. Así era el mundo en que los humanos todavía eran humanos, eran seres libres y no habían roto su vínculo sagrado con los dioses. Hoy ya no hay gloria para nadie.
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Fue Rafael Sánchez Ferlosio quien escribió con absoluta lucidez, «Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado».
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