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El exilio es la tierra prometida del que huye, porque el disidente no deserta, su razón de ser precisamente es seguir combatiendo al poder desde sus mismas entrañas. El que se fuga no es alguien que tire la toalla, más bien es el Ángel Anunciador ... del nuevo mundo.
El elegido para el sacrificio es el de siempre, aquel cuyo destino está ya escrito en la pizarra de la infancia. Pero que nadie se confunda, este humano tiene atributos y luchará hasta el final aunque sabe que su inconformismo frente al poder tiene una tumba asignada para él solo. Una fosa común en el olvido que otros programarán convenientemente.
La huida del desertor es un acto de conciencia de quien lucha y sucumbe en la batalla que sabe de antemano perdida. Huir es hartarse de luchar incluso contra sí mismo. La huida del poder tiene fundamento pues encierra la génesis de un nuevo ser humano, aunque ese alumbramiento fuera el de la muerte.
Pienso a menudo en la diáspora como callejón sin salida a los problemas sin solución. Exiliarse en la huida permanente a ningún lugar concreto, es sobre todo un exilio interior, una pavorosa abstracción. Emigrar no es solamente un acto concreto, sino una abstracción de la realidad que nos amenaza y a la que damos la cara. Refugiarse en uno mismo es siempre una defensa o,un acto de prudencia o de cobardía. A fin de no reconocer nuestra derrota decidimos evitarla huyendo, mas lo único que se logra con ello es posponerla y agrandarla con nuestro sacrificio.
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