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La ciudad vive ensimismada, no conozco otra forma de vida para ninguna ciudad que se precie. La urbe encerrada en sí misma como dueña absoluta de los días. La ciudad exhibe sus miserias humanas con descaro y nadie se inmuta por ello, la conciencia social ... dormita, los políticos ciegan sus ojos en la senda del poder, y mientras tanto la miseria hace su ronda urbana acostumbrada.
Las ciudades crecen con habilidad para que parezcan resueltos problemas que se dejan aparcados. Así es nuestro mundo, época de apariencias y sombras. No es tiempo de prudencia el que vivimos, la sociedad es una gran máscara sin ojos que, sin embargo, todo lo vigila y a su vez es vigilada por el poder. Prohibido pensar y prohibido sentir; es la misma prohibición, no es concebible que puedan separarse sentimientos y reflexión, y no obstante se hace. Es posible ponerle puertas al campo, es lo que hacen las ciudades, pero bajo las ciudades sobrevive y duerme la naturaleza.
La historia de las ciudades es el avatar de sus habitantes, las piedras callan desde y para siempre. Cada ciudadano que vivió y vivirá en una ciudad es parte de su historia, cada mujer, cada anciano, cada niño con sus modestas vidas anónimas escribieron y escribirán la historia de las ciudades. Las ciudades son sus moradores.
El único destino de las ciudades que habitamos es sobrevivirse a sí mismas. Que su destrucción sea la destrucción de sus moradores es cuestionable, pero al contrario es una certidumbre.
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