![Juan Rana, paisano ilustre](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202002/29/media/cortadas/santo-kzlE-U100328636169NeB-624x385@El%20Norte.jpg)
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Hace pocos días asistí a lo casi nunca visto ni oído y pocas veces representado. Lo puedo expresar con una palabra: impresionante; o con dos, a la manera devota y castiza de Jesulín de Ubrique cuando resumió su encuentro con Juan Pablo II: im-prezionante. ... Y cabe acumular calificativos, que en esta ocasión no serían retóricos, sino ajustados: arrollador, envolvente, inaudito. Cerca de noventa minutos sin instantes de alivio. Me refiero a 'Andanzas y entremeses de Juan Rana', representadas en el Teatro Español (Madrid) desde el pasado día de San Valentín hasta el próximo 4 de marzo.
Se trata de una afortunadísima y desternillante creación colectiva de Ron Lalá, con dramaturgia sobresaliente de Álvaro Tato y dirección diestra de Yayo Cáceres, interpretada por cinco actores que, haciendo de todo, todo lo hacen muy bien: Juan Cañas, Daniel Rovalher, Miguel Magdalena, Fran Garcia e Íñigo Echevarría. Versos de vértigo y desdoblamientos en menos de un santiamén: «Repican las castañetas,/ redoblan los atabales,/ debajo de las caretas/ nadie sabe quién es nadie». Siendo, como soy, habitual del teatro, y especialmente de nuestro teatro clásico, en contadas ocasiones habré asistido a una representación tan ágil, tan de risa y sin paradoja tan seria y tan entrañada con los entremeses de los mejores ingenios del Siglo de Oro, de Lope de Vega o Calderón de la Barca a Jerónimo de Cáncer, Antonio de Solís, Luis Quiñones de Benavente o el mismísimo Cosme Pérez.
Cosme Pérez, o sea, el propio Juan Rana, vallisoletano de Tudela de Duero (1593-1672), el rey de la mojiganga o «el gracioso más vivo que hubo en España» a juicio del sabio Juan Caramuel, matemático, lingüista, teólogo y monje cisterciense, versado en árabe y hebrero, refutador del Corán y autor de una curiosísima gramática del chino que entre cavilación y cavilación se desternillaba con aquel cómico legendario. Bastaba con anunciar su actuación para que las entradas subieran de precio y las corralas se atiborrasen, armándose la marimorena cuando más tarde se descubría que no había tal, lo que sucedió no una vez ni dos, ya que los empresarios en apuros sabían que aquel recurso garantizaba el éxito taquillero, y luego pies para qué os quiero con la bolsa a buen recaudo
«Al compás de Juan Rana/ bailemos todos,/ que esta noche comemos/ rabo de toro». Al teatro y buen provecho.
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