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Han renovado el ascensor de mi edificio. Les aseguro que ya tocaba, cada vez eran más días los que me tocaba subir la compra arrastrando ... escalón a escalón el carro. Cada vez más veces me cruzaba, de bajada, con la asquerosa del primero que no quiso pagar en su día para que nos lo pusieran y que, luego, cuando las piernas le fueron haciendo complicado incluso encaramar los dos tramitos que la llevaban a su casa, empezó a usarlo de manera furtiva, esperándolo en el bajo confiando en que no llegara un vecino y, si llegaba, fingiendo que estaba, en realidad, buscando las llaves en el bolso. Suban, suban ustedes, si yo subo andando…
Lo han cambiado y ahora la asquerosa sí ha estado dispuesta a pagar la derrama para poder, al fin, subir ostentosamente y, espero, con tranquilidad de conciencia. El caso, que me lío, es que lo han cambiado y han puesto uno moderno, muy moderno. Miren ustedes, entre nosotros y sin miedo a sonar rancio, demasiado moderno.
El de ahora hace ruidos cada vez que llega al piso, un ruido como de ordenador que se enciende, un ruido chivato, una campanilla avisadora de vecinos cotillas que ahora, más fácil, pueden tirar de mirilla y saber cuándo y con quién llegas a casa. Tiene además una voz templada de mujer que te va narrando el desplazamiento. Cerrando puertas, subida a piso tres, cerrando puertas. Como si aún hubiera gente que no hubiese entendido cómo funciona el hecho de que, mágicamente, aquella caja en la que entró haya ascendido tres pisos y está autorizado a descender en él. Como si algún fabricante de ascensores haya diseñado aquello confiando en encontrar al eslabón perdido de la evolución y se haya esforzado en no decepcionarle.
Todo es molesto, invasivo, desasosegante, pensado para que, ni en los minutos esos, te relajes y seas capaz de meditar un poco. Pero el tope llega porque, por si acaso, también tiene una pantalla. Una pantalla que va emitiendo música chill out mientras de muestran, como en los hoteles, fotos de gente feliz, guapa, que mira a un cielo que tú no ves con los ojos plenos de alegría. Gente radiante que, posiblemente, vivió alguna vez en un lugar muy remoto de aquella caja funcional que te lleva a, puede ser, el piso del abogado matrimonialista, el quinto, para que firmes la mejor manera de dejar en la ruina a la persona a la que, ¿te acuerdas?, una vez amaste tanto. Fotos y fotos de gente que, me da por pensar, igual ya está muerta.
Pero, sin duda, lo mejor de esa pantalla de mi ascensor es que en la parte de abajo aparecen noticias del día, ora el tiempo en Madrid, ora una de USA, ora un cotilleo, ora la hora. Lo fascinante de este boletín informativo es que, para no enfadar a nadie, trata de ser muy objetiva cuando la noticia afecta a algún partido de la polarización, de manera que me parece el periodismo mas objetivo que estoy leyendo en este mundo en el que cada medio ha elegido trinchera y 'target'.
De repente, ya ven, la información más neutral, la menos escorada a cualquier lado, la recibo en mi ascensor, les confieso que hay mañanas en las que subo y bajo tres veces para tratar así de comprender el mundo. Aún a riesgo de encontrarme con la asquerosa.
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