Secciones
Servicios
Destacamos
Decía Joaquín Estefanía este domingo que el problema de la juventud en España no es el de quienes salen a las calles de las ciudades a mostrar su irritación y su exasperación con el pretexto del encarcelamiento de un rapero vociferante y desorientado, sino el ... de los otros jóvenes, que son muchos más, que permanecen silentes y pasivos ante una postergación sin precedentes en la historia reciente, que se caracteriza por haber recibido una formación manifiestamente mejorable, no haber encontrado un empleo estable y dignamente remunerado acorde con su formación, no haberse podido emancipar, ni siquiera tener expectativas de hacerlo a medio o largo plazo.
El periodista evidenciaba que una persona nacida en 1992 -y pertenece por tanto a la generación llamada de los 'millennials' o generación Y-, el año de los grandes fastos en que parecía que este país iba a alcanzar gloriosas metas, apenas tenía 15 años cuando comenzó la gran recesión de 2007-2014 y cumplirá los 30 en plena pandemia de la covid-19. La llamada generación Z (entre 16 y 23 años actualmente) no está mucho mejor, puesto que sale a la vida en el peor de los momentos de las últimas décadas, cuando todavía no se ha iniciado siquiera el proceso de reconstrucción de lo devastado, que es mucho, después de un año de muerte y parálisis.
Y mencionaba Estefanía al papa Francisco, cuya voz ha puesto de relieve el gran sinsentido: «Hemos creado una cultura que, por un lado, idolatra a la juventud queriéndola hacer eterna, pero, paradójicamente, hemos condenado a nuestros jóvenes a no tener un espacio de real inserción, ya que lentamente los hemos ido marginando de la vida pública, obligándoles a emigrar o a mendigar por empleos que no existen o no les permiten proyectarse en un mañana».
El caso es de una gravedad extrema porque, dejando aparte los cataclismos mundiales del siglo XX, siempre se había cumplido el contrato intergeneracional, vinculado a la ley natural, por el cual cada generación deja a la siguiente un porvenir más boyante que el propio, con nuevas herramientas y nuevas oportunidades. Y actualmente, no sólo estamos inmersos en una secuencia de crisis que ha destruido los grandes valores de la civilización -la solidaridad y la igualdad de oportunidades, la red inferior para que no haya colectivos desintegrados, una mínima seguridad vital para todos- sino que avanzamos hacia un modelo tecnológico que cambiará radicalmente la noción del trabajo, generando una automatización que incrementará el desempleo estructural que ya padecen algunos países desarrollados como España.
No es malo en absoluto, sino al contrario, que este país aproveche la pandemia para reformar su modelo de desarrollo. Es preciso que la modernización material -digitalización, descarbonización- favorezca la aplicación de nuevas tecnologías a la generación de nuevas actividades de alto valor añadido, a costa de que decaiga en parte nuestro ineficiente sector servicios, gran parte del cual está obsoleto y genera un empleo de pésima calidad. Pero este tránsito, que deberá apoyarse en un especial esfuerzo formativo -la ley Celaá ha de implementarse cuanto antes y con los recursos suficientes, mientras se reforma también la Universidad- generará un vacío en el escenario laboral que tendrá que ser colmado mediante un digno salario de subsistencia (una especia de renta básica universal) a quienes tarden demasiado en acomodarse al engranaje de los tiempos nuevos.
En definitiva, estamos generando una fractura que pronto se hará muy evidente entre los instalados (trabajadores que han sobrevivido laboralmente a las crisis del siglo XX y una minoría que ha conseguido acomodo durante el periodo) y los desinstalados sin esperanza, que son los jóvenes de hoy y los mayores que han ido cayendo a lo largo de la travesía. Entra ambos grupos, la desigualdad se ha incrementado según todos los estudios socioeconómicos realizados, y no parece que estemos cerca de regresar al menos a la fase previa de la Gran Crisis, en la que se observaban síntomas de descomposición. Por todo ello, la política real debería tener como principal objetivo poner coto a estos saltos generacionales que abren brechas en la convivencia y que pueden producir en cualquier momento un cataclismo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.