Pasándolo bien, viendo bailar una jota en Castilla y León, en compañía de mis amigos (con mascarillas puestas y manteniendo las distancias, por supuesto), uno de ellos me preguntó cuál es la música tradicional de mi país. Debo admitir que la pregunta me dejó ... un poco atontado, y tuve que pensar antes de contestar. Pero, después de rastrear en las profundidades de mi memoria en busca de algo, pude decir con total honestidad que no hay ninguna música tradicional de mi país. Absolutamente nada. O, si alguna vez la hubo, ya está bien olvidada para la gran mayoría. Es curioso: en Escocia, tradicionalmente, los hombres se ponen faldas y tocan gaitas mientras las chicas bailan por encima de dos espadas, dejadas en el suelo en forma de cruz (los escoceses son así). En Irlanda, en cualquier pub de la república, siempre hay alguien tocando la guitarra mientras cantan baladas de toda la vida. Unas son muy tristes, sobre amores arruinados por magistrados británicos, y otras son super alegres, casi salvajes, que animan al pueblo a montar una rebelión en contra de la Pérfida Albión.
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Y, en el País de Gales, hay una larga costumbre desde hace dos siglos, de grandes coros de hombres que cantan las penas de sus antepasados, obligados a pasar 80 horas semanales como esclavos en las minas de carbón. (De hecho, en las islas del Norte, Gales es conocido como «tierra de cantantes».) Y luego está Inglaterra, folklóricamente considerada por unos como un agujero negro del espacio profundo. No ha sido fácil.
Una de mis primeras memorias es ir en autobús con mi hermana y nuestra madre, que nos llevaba a la guardería en Penny Lane, un barrio de Liverpool, antes de que ella fuese a trabajar. Mi madre curraba en el colegio de arte de la ciudad, donde había estudiado. En la tercera parada del bus, solía subir a bordo un hombre llamado John, que también iba al Art College, donde estaba aprendiendo a pintar. Como muchos estudiantes, nunca tenía dinero y mi madre a menudo pagaba su billete.
Los dos charlaban mucho. Según él, tenía una banda y nunca se cansaba de decir que algún día sería famoso. Pasó el tiempo y nos trasladamos a un pueblo en la costa de Cornualles. Todavía recuerdo la noche que John salió en la tele. «¡Mira!», exclamó mi madre, «¡Es John!» Y allí estaba en la pantalla tocando con tres compañeros.
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Quizás es por ser del mismo pueblo, pero todavía la música de los Beatles me gusta mucho. Es la que mejor define mi tierra, o sea, mis raíces.
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