Luis Pérez. Fotografía de la web del artista
Óxidos y vallisoletanías

Luis Pérez: el pintor al que le llegó el momento

«Y si me arranco y le compro un cuadro, solo espero que venga con el montaje incluido»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 24 de mayo 2024, 00:10

Hace quince meses que pinté mi casa, para lo cual tuve que quitar todos los cuadros de las paredes. Es un decir, claro, no la pinté yo. Yo no sabría pintar ni bigotes en las fotos de los periódicos, me salen rizados y para arriba, ... como afrancesados, así que todos los políticos acaban pareciéndose al final a jefes de pistas de circo. Lo cual, por cierto, no desentona demasiado con la realidad. También es un modo de hablar lo de quitar los cuadros personalmente. En algunos casos así fue, debo reconocer que no supuso para mí demasiado problema levantar alguno de los marcos para descubrir una alcayata atravesando la pared que, por supuesto, ahí dejé porque no sé ni cómo se quita ni con qué instrumento. En otros casos el sistema de sujeción era algo más complejo y no supe descifrarlo, por lo que tuve que pedir ayuda. La cosa es que pintaron las paredes, pero los cuadros siguen apoyados por muchos lugares de la casa, esperando un destino definitivo, como un profesor de Secundaria. Tengo, así, algo parecido al almacén de El Prado, pero en San Andrés.

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Y lo mismo sucede con las cortinas, que tuve que quitar el mismo día que los cuadros y que nunca supe volver a poner. Intenté comprar unas nuevas, pero, para ello, tenía que medir previamente y la verdad es que no tengo metro. Lo hice a ojo con una nueva unidad de medida llamada 'palo de escoba'. Uno y medio, aún lo recuerdo. Pero resulta que algunas de las ventanas no permiten cortinas, por lo que me hablaron de unos estores, que no sé dónde se compran pero que me temo será en un lugar al que hay que llegar en coche y, por supuesto, no sé conducir. Así que busqué en Google: 'Estores Valladolid', me metí en la primera página y pedí uno sin dilación, que me llegó puntualmente dos días después y que, por supuesto, no sé poner, por lo que ahora descansa junto a los cuadros, esperando su momento en el pasillo, junto al espejo. Por una cosa o por otra vivo en una especie de nave industrial minimalista, sin una concesión al adorno. No hay cortinas, no hay cuadros, mi casa es una especie de celda jerónima, un espacio casi místico y blanco que lleva al ascetismo y que, si espero lo suficiente, preveo será una moda. Esta es la situación. Necesitaría alquilar a un tipo que hiciera todo eso, desde medir cortinas a comprarlas, instalarlas, hacer agujeros en las paredes, decidir dónde va cada cuadro, colgarlos. No sé, a veces pienso que es mejor vender la casa y empezar de cero en otro lugar. O bajar a la calle, abrazar a un hombre al azar y pedirle ayuda. O montar una fundación y pedírsela al estado.

En cualquier caso, con este perfil entenderán que fuera capaz de hacerme el Camino de Santiago con una bicicleta frenada, sin darme siquiera cuenta de ello. Sí, me subí el Macizo Galaico con una bici frenada. Es la leche, la verdad es que a veces pienso en cómo he sido capaz de llegar vivo a los cuarenta y cinco, es casi un milagro. Me di cuenta de eso al final del Camino, bajando una cuesta en Santiago, cuando mis compañeros iban sin dar pedales, con las manos detrás de la cabeza, mirando el paisaje y silbando como los de Verano Azul mientras yo metía el máximo desarrollo y daba pedaladas como Indurain en Luxemburgo, cuando lo de Fignon. Y aún así me pasaban. Uno de mis compañeros se dio cuenta del tema y me dijo que algo pasaba, que no era normal. Ahí fue cuando mi amigo descubrió tres cosas. La primera es que las zapatas pegaban con el neumático, por lo que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para mover la bici. «Yo ya os dije que sufría mucho», respondí. «Y no me hacías ni caso, cabrones». La segunda cosa que aprendió es que su amigo –o sea, yo– era verdaderamente idiota. Y la tercera es que me quería mucho. Bien, pues ese amigo es Luis Pérez, el mejor pintor de Pucela y, para mí, del mundo.

Ayer inauguró su exposición en Madrid. Y fue un exitazo. Va a estar hasta el domingo en el Espacio V22 (Vallehermoso 22) y me veo en la obligación de avisarles por si pasan por Madrid. Aunque, como pasa con las estrellas Michelin y las de la pintura, eso ya justifica el viaje a Madrid. Y lo digo porque en Valladolid tenemos la manía de no valorar lo nuestro hasta que no triunfa fuera, de despreciar lo cercano, de pensar que si alguien es de aquí ha de ser necesariamente de una categoría inferior. Y no entiendo el motivo, pero me enfada bastante. En otras ciudades sucede al revés: basta que alguien sea de la ciudad para que se le ayude a triunfar, se le quiera especialmente, se sientan sus éxitos como propios. No es nuestro caso. O, para ser rigurosos, no es nuestro caso en todas las ocasiones. A veces pasa, pero es extraño. Luis es un tipo respetado en Madrid –el otro día Luis Alberto de Cuenca se declaraba fan suyo en 'Cowboys de medianoche'–, ha expuesto en Londres, en Zurich, en París, en Mónaco o en San Francisco. Pero en Valladolid, por lo que sea, no nos lo acabamos de creer. Y eso que Luis es profeta en su tierra, la gente lo conoce, le quiere y le admira. Pero no deja de ser en entornos pequeños, creo que necesitamos más. Necesitamos tomar conciencia de lo que tenemos, admirar a Luis Pérez, a Siloé, a Marta de la Fuente, a Falagán, a Jorge Fraguas, a Vielba, a Sara Rivero, a Sergio Isabel, a Dámaso o a Esther Gatón, por citar solo a algunos de los muchos talentos que hay por aquí.

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En cualquier caso, y volviendo a Luis Pérez, es un privilegiado que, partiendo del hiperrealismo ha llegado a otro lugar, que no sé exactamente cuál es, pero que es definitivamente mejor que el de origen. Porque ser técnicamente el mejor está bien, pero no sirve para nada si no tienes nada que decir. La técnica está al servicio del talento y Luis ha alcanzado una maestría especial para saber qué tiene que decir, cual es el enfoque, dónde reside la magia. Y el tipo para el tiempo y detiene las escenas donde otros las comenzarían. En alguna ocasión he dicho que un gran pintor -como un gran escritor- omite lo que uno mediocre cuenta de inmediato. Y a él se le nota a la legua que sabe más de lo que dice y puede que en ello resida esa atracción magnética que su obra produce. Yo creo que Luis mira como parte de un proceso narrativo mucho más moderno. Pero también de un proceso reflexivo, de una manera de estar en el mundo, como todos los artistas que valen la pena. Como escritor tengo deseos irrefrenables de seguir con la historia que Luis no cuenta, que en una época fue la soledad, en otra la luz y ahora es el viaje como concepto vital, el camino, lo dinámico hecho estático, el fotograma aislado de una película más amplia que, por algún motivo, se nos oculta.

El tipo es mi amigo y un genio. Por ese orden. Pero también es pucelano y desde El Norte –¿dónde si no?– lo reivindico hoy, que triunfa fuera. Aunque si dependiera de él no nos habríamos enterado. Quizá no sabríamos ni que existe. Yo lo sé porque lo he visto. Y porque he subido rampas con bicis frenadas por las que no subiría ni una cabra. Y si me arranco y le compro un cuadro, solo espero que venga con el montaje incluido. Y ya que estamos, ojalá sepa poner cortinas.

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