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Hablo con mi amigo Jorge Fraguas, líder de Ciconia, banda vallisoletana que está triunfando por Europa con un metal instrumental que, sinceramente, me costaría definir. Pero eso es lo de menos. Aparte de un amigo de los de verdad, Jorge es un artista de los ... pies a la cabeza, un privilegiado con pinta de vikingo, pero de vikingo de los chungos, de los que te rebanan el pescuezo con la misma navaja con la que están cortando trozos de carne a una vaca que gira sobre un fuego sagrado y ritual. Fraguas tiene una capacidad para la música que sólo he visto en los grandes genios. No sé cuál es su instrumento porque, en realidad, los toca todos. Y, en realidad, da igual. Porque Fragua no es un intérprete sino un autor, un compositor, una fuerza creadora que esparce su talento en la dirección que más le convenga; hoy un tema, mañana un álbum, pasado una banda sonora. Pareciera que hubiera nacido con la carrera completa de música y que la vida, para él, fuera apenas un trayecto para poder expresar lo que ya llevaba dentro de modo innato, como esos niños que nacen hablando lenguas muertas. A veces pienso que le han cargado en el disco duro una vastísima obra y que el programa le fuera liberando ideas de modo aparentemente caótico, aunque programado, como la obsolescencia de las lavadoras. Podemos decir que Fragua habla músicas muertas. Y tras una trayectoria muy larga en decenas de bandas y proyectos ha encontrado hace años su lugar definitivo en 'Ciconia', un proyecto en el que actúa como el Rey Sol. Por cierto, que el Rey Sol es hijo de Ana de Austria, vallisoletana, evidentemente. Va a enseñarle feminismo a una castellana quien yo te diga.
Me decía hace no mucho que él busca que «ciertas composiciones sean agónicas y desesperantes» porque quiere generar esa sensación en el oyente. Ese es el verdadero arte, me temo. En música, lo fácil es ser melodioso, bonito y armónico. Eso genera en el que escucha una sensación agradable y está muy bien. Pero tan válida como esa sensación es la otra, la desesperante, la agónica y la oscura, con el matiz de que esta última es más complicada de hacer. Una sensación bonita, ya sea triste o alegre parte siempre de una melodía más o menos compleja y, sobre todo, de una armonía que encaje. Por lo tanto, es teoría y matemática que, no se sabe por qué, pero que acaba por tocar el alma humana. El arte complejo es el otro, la disonancia, la tensión armónica, la desesperación y la agonía, que requieren de un esfuerzo intelectual y creativo por parte del oyente. Y ahí está el reto. «Tú no tienes la culpa –me dice–. Simplemente no todos están preparados para ello».
Me recordaba a Andoni Luis Aduriz, al que en alguna ocasión le he oído decir que la creatividad gastronómica está muy limitada por el hecho de que la 'obra' tenga que saber 'bien' y tenga que ceñirse a unos códigos muy limitados por la gama de sabores aceptados, que castran la creatividad para limitarla al intervalo que existe, digamos, entre unas frecuencias determinadas. El equipo de Mugaritz está investigando mucho, hasta el punto de haber un menú que, si bien no sabe mal, podríamos decir que va más allá de los códigos naturales, de los habituales, de los recuerdos almacenados. Esos platos prohibidos son arriesgados, te llevan a la reflexión, a recorrer caminos no transitados, buscan los límites y la provocación. Es decir, no buscan exactamente agradar sino otra cosa. Creo que Aduriz y Fraguas dicen lo mismo y me resulta curioso comprobar cómo las diferentes disciplinas a través de las cuales el ser humano se expresa acaban por confluir cuando se elevan.
Por ejemplo, yo he leído a Hemingway explicar cómo aprendió de los impresionistas a colocar la luz en sus textos. Y le comprendo. Hasta que llegó Monet nadie pintaba al aire libre, frente al motivo. Simplemente no se observaba la realidad de modo directo y, por lo tanto, no era posible considerar la luz como el elemento clave y hegemónico que en realidad es. Y con ese cambio, de repente ya no había nada que ocultar. Esa liberación pudiera ser el comienzo de la pintura amateur, es decir, de la popularización del arte. Y cuando eso sucede, el autor deja de pintar por encargo y comienza a pintar para expresarse, para sí mismo. Quizá el primer artista contemporáneo, en este sentido, sea Goya, que no necesitaba mecenas ni encargos para comunicar su oscuridad, su ceguera y un esperpento 'avant-la-lettre'. En ese sentido, una influencia decisiva para Bacon, Pollock y tantos otros.
Es necesario dejar de buscar cómo agradar. Si busco agradar a otros, dependo de otros y, por lo tanto, soy su esclavo. Hay que buscar exclusivamente la expresión. En muchas ocasiones es necesario decepcionar, asustar, dejar claro que en mi obra mando yo. En esto también admiro a ciertos toreros, que cuando se ponen delante del toro lo último que buscan es divertir, dar espectáculo o justificar el precio de la entrada. Una espantada a tiempo es una victoria. Y con esa valentúa parecen querer dejar claro que la entrada no es el importe que les pagamos para que puedan vivir sino el precio que ellos nos exigen para dejarnos mirar; que el hecho de pagar no nos da ningún derecho más que el de estar. El que exija diversión que se ponga un programa de variedades. La vida es otra cosa. El populismo es el cáncer del arte. El individualismo más atroz, su salvación. Y mi amigo Fragua, un maestro.
Les cuento todo esto porque creo que es necesario que sepan que, más allá del circuito comercial, hay vallisoletanos haciendo cosas interesantes en un ámbito 'underground' y con sonoro éxito. El año pasado estuvieron girando 180 días de los 365 que tiene el año por toda Europa, que es donde los valoran: Inglaterra, Gales, Escocia, Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Alemania, Bélgica, Holanda, Suiza, Francia, Croacia, Eslovenia, Eslovaquia, Bosnia, Serbia –primera banda española de la historia en hacerlo–, Rumania, Italia, Hungría, Bulgaria, Austria o Luxemburgo. Y triunfan, pese a que todo ello quede oculto bajo un silencio muy de nuestra tierra y, en mi opinión, también muy triste. «Esto es arte, no entretenimiento», recalca. Por eso a ellos no les importa triunfar y que en su tierra nadie se entere. Pero a mí sí. Así que ahí queda eso.
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