Quienes no conocimos a Ángeles de Castro podemos caer en la tentación de pensar en ella como si fuera una creación de Delibes, pero me temo que la verdad no solo es otra, sino que, además, transita en sentido contrario: es posible que Miguel Delibes ... sea una creación de Ángeles de Castro. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que existe un Delibes antes de conocerla y otro después. Esto, que no tiene nada de especial en lo puramente biográfico – igual que de una mujer nacemos, de una mujer renacemos-, resulta mucho más relevante en el Delibes literario, que no llega a surgir del todo hasta que, como injerto, es trasplantado en otro tronco, del cual surge más fuerte y convertido ya en otra cosa. Ese tronco es Ángeles, que aporta al talento todavía en bruto de Delibes lecturas, sentido e itinerario. «El equilibrio», usando sus propias palabras.
Publicidad
Tengo para mí que Delibes nunca se habría convertido en el autor que llegó a ser sin la presencia decisiva de su mujer. No digo solo su influencia, sino su pura presencia, su manifestación física y carnal bombeando al creador motivos para escribir. Pero esto no es algo inofensivo y tiene consecuencias: si la presencia de Ángeles es decisiva, también lo fue su no presencia. Y ya sin savia en el tronco, el injerto se va secando y se convierte, de nuevo, en un esqueje frágil echando raíces sobre la tierra muerta.
Esto me hace pensar en todos los autores que se pueden haber perdido a través del tiempo por no haber tenido la suerte de dar, como Delibes, con el sostén adecuado y la red de seguridad perfecta. O, peor aún, en todos los que se han perdido habiéndola tenido, pero sin haberse dado cuenta, bien por falta de humildad o de talento. Aunque ambas carencias son, en realidad, la misma. Desde luego no fue el caso de Delibes, que no solo tuvo la suerte de conocer a Ángeles sino también la sabiduría para escucharla y valorarla en su plenitud vital y no solo en la idealización post-mortem. Algo, desde luego, no tan habitual en aquellos tiempos. En cualquier caso, los frutos de aquel encuentro milagroso los podemos disfrutar todos a través de una obra sobresaliente. Hemos de estar agradecidos.
Dicen los que la conocieron que Ángeles de Castro irradiaba la elegancia y el carisma de quienes no se esfuerzan en llamar la atención pero que, precisamente por ello, terminan por convertirse en el centro de gravedad. Los que compartieron tiempo con ella -bien algunas horas, bien algunos años- coinciden en que su conversación era precisa y cálida, como si siempre supiera qué decir. Subyace en ella la naturalidad reservada a los que han logrado reconciliarse con el mundo y con ellos mismos. Como si tuviera, de mano, esa paz interior que convierte a algunas personas en seres especiales y profundamente humanos.
Publicidad
Pero, por otro lado, la gente que la rodeaba destacaba una fortaleza que sostenía a la pareja en los momentos difíciles. Tras su aparente tranquilidad, había un espíritu perseverante y una enorme capacidad de lucha, que transmitió, por ósmosis, a Miguel, cuyo perfil de base era más frágil, resignado y derrotista. Quizá por eso, Ángeles fue, para muchos, un faro que «con su sola presencia» iluminaba todo. Pero, sobre todo, lo fue para Delibes, que halló en ella mucho más que una esposa; encontró una compañera, una maestra y un pilar que otorgó sentido y propósito, no solo a su vida sino también a su obra.
Ángeles no solo compartió el camino de Miguel, sino que se convirtió a la vez en su primera lectora y en su crítica más feroz; en su admiradora más leal, pero también en la más exigente. Revisaba las entrevistas, repasaba los textos y hasta elegía los atuendos para las ceremonias. Le abrió un universo de nuevas lecturas, creó el entorno necesario para que pudiera dedicarse plenamente a la creación literaria y, a través de sosiego y serenidad, fue capaz de motivarle para que diera lo mejor de sí mismo.
Publicidad
Su influencia marcó a Delibes tanto en el ámbito personal como en el profesional y creativo. Y fue, según él mismo admitió, la razón que dio luz a su vida, un contraste permanente con su carácter más introspectivo y gris. El impacto fue de tal magnitud que, tras su muerte, la obra de Delibes se vio teñida de una melancolía y profundidad adicionales, explorando temas como la pérdida, la soledad y el dolor de una manera íntima y desgarradora. No hay mayor tragedia que la muerte de un ser querido para aquel que ha levantado una obra sobre la base de un profundo temor a la muerte. Y cuando el faro se apaga, hasta el capitán más valiente se convierte en un pobre náufrago.
Si Delibes era introvertido, Ángeles destacaba por su sociabilidad. Si a Delibes le costaba soportar lo formal y solemne, Ángeles aportaba ligereza y un enfoque práctico y realista. No hay nada más importante que un toque mundano para quien vive instalando constantemente en la gravedad y la intensidad emocional. Por eso, si Miguel tendía al aislamiento y a la vida casera, a Ángeles le encantaba viajar. Si Miguel cazaba, Ángeles destacaba por ser una excelente cocinera de piezas de caza. La austeridad estética de Delibes se veía matizada por la afición de Ángeles a la moda y por su sentido innato de la elegancia y la belleza y si Miguel se centraba en el mundo literario, aparecía Ángeles con un férreo control de la economía doméstica.
Publicidad
Tras la muerte de Ángeles, cada palabra que Miguel escribió era quizá solo un intento de dialogar con el vacío y de llenar el espacio que su ausencia había dejado. En palabras de Delibes: «El artista no sabe quién le empuja, cuál es su referencia, por qué escribe o por qué pinta, por qué razón dejaría de hacerlo. En mi caso estaba bastante claro. Yo escribía para ella».
Ángeles fue, para Delibes, más que una esposa: fue el 'fondo rojo' que dio sentido y color a una existencia tendente al gris, la 'palanca' que inspiró a uno de los autores más prolíficos y humanos de la literatura en español y «la mejor mitad» de sí mismo. Y aunque su partida dejó una herida imposible de sanar, el amor que los unió sigue vivo en su obra, como un eco que jamás dejará de resonar y como la raíz profunda y fértil de ese árbol que, según Delibes «creció donde le plantaron». Y más aún si el lugar en el que le plantaron se llamaba Ángeles de Castro.
Publicidad
(Extracto del texto realizado con motivo de la exposición «Ángeles, el equilibrio de Miguel Delibes», que tiene lugar en la sala de exposiciones de la Oficina de Turismo en la Acera de Recoletos)
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.