Juan Bravo, diputado del Partido Popular. Pérez Meca / EP
Óxidos y Vallisoletanías

Contra el decadentismo y los nuevos pijos

«Aunque, desde luego, también se puede interpretar como que el PP no tiene ni idea de lo que es un pobre y lo confunde con gente que simplemente no tiene todo aquello que desea, por lo que compiten por recursos con beneficiarios que lo necesitan realmente.»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 29 de diciembre 2023, 00:44

Llamarse Juan Bravo ha de ser una responsabilidad, como William Wallace, Gonzalo Fernández de Córdoba o Juan de Austria. Si yo me llamara Juan Bravo iría por el mundo con cierta superioridad, hablando poco y siempre a través de citas lapidarias, cuidadas como epitafios. No ... debe ser fácil llevar el nombre de un mito castellano, aunque quizá haya quien piense que es solamente el nombre de una calle pija de Madrid. Lo digo porque hay otro Juan Bravo, político del PP, que sonó para ser ministro de economía en un gobierno de Feijóo y que aun conserva el cargo de responsable del área económico de su partido. Bravo ha dicho recientemente que, en España, el principal esfuerzo fiscal recae en las rentas medias -las que ganan hasta 30.000 euros- y las bajas -hasta 60.000 euros-, lo cual es estrictamente cierto. La izquierda ha puesto el grito en el cielo, como era de prever. ¿Cómo se puede considerar pobre -dicen- a alguien que cobra 30.000 euros? ¿En qué mundo viven? El salario medio en España es de 28.360 euros y el salario más común 18.500 euros. En términos estadísticos, según Juan Bravo, el 72% de los españoles sería pobre.

Publicidad

Y la realidad es que el tema es, cuanto menos, discutible. ¿Es la pobreza un valor absoluto o relativo? ¿Depende solo de lo que ganes o es una variable dependiente de otras? ¿Es lo mismo cobrar 30.000€ en Madrid que en Villalpando? ¿Da igual ganar eso con una casa pagada o soportando una hipoteca? ¿No hay diferencia entre el salario sin hijos o con familia numerosa? Como digo, da para pensar y, en cualquier caso, las declaraciones de Juan Bravo -cada vez lo que escribo me lo imagino con un jubón, como en el cuadro de Gisbert- serían 'a favor' y no 'en contra' de los más desfavorecidos. Es decir, poner de relieve un problema y considerar en el umbral del mismo a mas gente que la izquierda no puede ser malo para esa gente sino que, en todo caso, muestra un interés por proteger a un mayor número de personas. Aunque, desde luego, también se puede interpretar como que el PP no tiene ni idea de lo que es un pobre y lo confunde con gente que simplemente no tiene todo aquello que desea, por lo que compiten por recursos con beneficiarios que lo necesitan realmente.

Ojalá pudiéramos tener un debate serio, razonable e ilustrado sobre este tema. Lamentablemente, es imposible. La conversación pública es un lodazal infecto y, como consecuencia, la democracia está en crisis. Hemos perdido la búsqueda de la verdad, el respeto intelectual y la razón como guía de conducta y como bien superior al que aspirar. Hemos pasado de la defensa de la Ilustración a la del analfabetismo, a una polarización repugnante en la que todo lo que suceda no solo puede sino que debe ser usado para la demagogia. Todo sirve, en realidad, solo para posicionarse, para dormir tranquilo con la aprobación de los tuyos. Como soy de izquierdas y esto lo ha dicho uno de derechas, mi posición debe ser necesariamente contraria y abiertamente agresiva, aunque lo que diga sea posiblemente cierto. Pasa lo mismo al revés: como soy de derechas, esto que propone la izquierda ha de ser necesariamente malo y yo he de dejar clara mi pureza de sangre siendo muy agresivo en la réplica. Es una plaga global, un cambio total en la sociedad, que vive en las trincheras y que ve la política como algo identitario. Es decir, no se trata de lo que pienso sino de lo que soy. La política no se limita a la gestión de lo público sino que incide en los valores que transmito en cada contacto con el resto. Lo que voto dice mucho de quien soy, de como he sido educado y de a qué mitad de España y de la historia se dirige mi odio.

Se ve en la prensa. Ayer escuchaba a una periodista de izquierdas, joven y catalana. Perfil PSC aunque sin tanto cinismo, con un toque pueril e infantil en la línea de Sumar. Decía que la realidad es que las clases medias ya no pueden vivir como antes y que lo que en cualquier otro país sería solamente el salario de un profesional con estudios (60.000 euros) aquí es considerado como rico. Supongo que la culpa será de la derecha, del capitalismo, de los neoliberales, de los mercados, de la Iglesia católica y de Israel. Pero sucede que a esto se le opone la corte de opinadores del otro bando, que opinan exactamente lo mismo solo que al revés: los sueldos son tercermundistas y la culpa de que una carrera y un master no te aseguren 2.000 limpios es de que la izquierda prefiere viajes gratis en bus a buenos sueldos, del feminismo delirante, del decrecimiento económico al que nos aboca el ecologismo mal entendido y de las políticas LGTBI. Todos ellos piensan que el mundo de ayer era mejor, pero unos lo ven desde el romanticismo por la España de sus padres y otros desde la aspiración de ser Suecia sin merecerlo. Unos sueñan con la España del 132, la Transición y el crecimiento económico, esa que permitió que con 35 años tuvieras encarrilada la casa, fueras por tu tercer coche y estuvieras ahorrando para la entrada de una casa en Suances. Y arremeten con la izquierda por pensar que el hecho de tener iPhone, Netflix, ropa de temporada y pizza los domingos los haga creer que no son tan pobres como en realidad son.

Publicidad

A ninguno de los dos perfiles les importa la verdad. No tratan de hacer un diagnóstico, solo de interpretar los datos de la manera que mas les interese a sus líderes: unos dirán que el capitalismo es una basura y que gracias a la izquierda al menos pueden tener una ayuda y otros dirán que lo que es una basura es el modelo económico del nuevo orden mundial, «no tendrás nada y serás feliz» y que las elites nos quieren comiendo grillos, sin propiedades ni hijos mientras cuidamos perros y lloramos por el estrés climático con perspectiva de género.

Y yo pienso que nos hemos instalado en un decadentismo absurdo que mitifica el pasado de modo irreal y denigra, como consecuencia, el presente y el futuro. Alguien debe explicar a los jóvenes que nadie les debe nada y que tener un grado no es garantía de nada. Que no te pagan por lo que sabes sino por el valor que produces. Que no se puede aspirar solo a ser funcionario y criminalizar a los emprendedores. Que esa generación a la que quieren parecerse se lo curró mucho, tuvo muchos sacrificios y ahorraban sin parar. Y que todo esta en tu mano, que hay que tener paciencia, que la carrera es larga y que el bienestar es una estación de llegada y no de partida. Unos y otros han crecido pensando que lo normal es tener un teléfono de mil pavos, iPad, consola, comer fuera todas las semanas, pedir hamburguesas a domicilio, irse un mes de vacaciones, conocer todos los países del mundo, viajar todos los puentes, gastarse 500 euros en cada despedida de soltero y no perderse un concierto a 90€ el billete. Y siento deciros que no, que eso no es lo normal. Eso es ser una persona muy acomodada -y seguramente un poco hortera-. Y el hecho de no poder acceder a esos lujos no hace de ti una persona pobre. El problema no es solo de los ingresos sino, sobre todo, de aspiraciones, de esta sociedad postcovid que cree que la felicidad es un derecho, que no hay futuro y que todo se hace aquí y ahora. Y me temo que ni la izquierda ni la derecha tiene la culpa de que, entre todos, hayamos sido capaces de crear la generación peor preparada de la historia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad