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Numerosas personas, en las casetas de la Feria de Día. Carlos Espeso

Óxidos y vallisoletanías

Hay que dar una vuelta a la Feria de Día

«Hay ofertas de tapas vergonzosas, casetas con un servicio digamos que no muy agradable y entornos que no son precisamente idílicos entre contenedores al sol»

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 10 de septiembre 2023, 00:08

Mi participación en las fiestas de Valladolid se limita a comer un día con mis amigos, llevar a nuestras respectivas proles a las ferias e ir a los toros el día que viene Morante. Es decir, ayer. Pero como no hay nada más morantista que ... ir a ver a Morante y que Morante no vaya, nos conformamos con ver a los que sí que vienen mientras musitamos letanías al compás cigarrero de La Puebla del Río. Cuento todo esto para justificar que vivo completamente ajeno a las fiestas de mi ciudad, que no voy a un concierto desde el de Pereza en el 2003, que no he visto jamás los fuegos artificiales, que no he visto un minuto de procesión y que ni siquiera he llegado a ver una bici en Valladolid más que esa que tengo en el pasillo convertida en perchero ni a un solo ciclista que no sea mi amigo Álvaro, que aún tiene un Tour en las piernas. Mi participación es, por lo tanto, nula, así que no puedo quejarme demasiado. Estoy convencido de que hay actividades de sobra para agradar a todo el mundo y que el problema de mi anacoretismo es exclusivamente mío.

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Porque en otros tiempos la cosa no fue exactamente así. En mi juventud lo he dado todo, y cuando digo todo quiero decir exactamente eso: todo, todo lo que tenía, sin medias tintas, matices ni contemplaciones. Vi nacer las peñas en el 99 y pertenezco a la generación que tenía la edad que había que tener cuando llegó el cambio de fechas. Es decir, que he vivido el 'boom' de las fiestas de Valladolid en primera persona y podría escribir un par de cantares de gesta de los años 2000. Pero la década, que empezó alternando los exámenes de septiembre con el programa de la Peña El Desliz, terminó trayéndome una niña, y no de París sino del Campo Grande. Y la cosa cambia. Mucho. Pasas de pedir calimocho a los peñistas a cruzarte de acera cuando los atisbas en lontananza, en un ejercicio de cinismo indecente e injustificable que reconozco abiertamente. Y las fiestas se convierten entonces en una sucesión de compromisos, carruseles, gigantes, cabezudos, teatrillos de títeres y hombros cargados. También solíamos ir al circo, a mi hija le encantaba el tema. Luego le tuve que explicar que era una fascista y que ni se le ocurriera volver a plantearlo porque el circo es una forma de maltrato animal y que lo verdaderamente progresista es dar matarile a esos mismos animales, que es lo que, sin duda, habrán hecho con ellos al no poder darles utilidad, que es para lo que el ser humano quiere a los animales. Así que nada, para que no sufran cuatro tontines, que sufran los bichos. En cualquier caso, tampoco hay circo. O sea, sí, pero ahora en la Carrera de San Jerónimo.

La cosa es que la niña se hace mayor y solo quiere ver vídeos de Aitana y conciertos de Lola Índigo, que, visto lo visto, es una cantante de la que todo Valladolid es fan excepto yo, que no había oído hablar de ella en toda mi vida. Así que ella a Lola Índigo, claro. Pero, por supuesto, sin mí. Me dejó bastante claro que lo más cerca que podía estar de ella y de sus amigas era en el código postal 47003, «o sea, en plan, qué vergüenza». Vamos, que se ha hecho mayor. Y ahora solo me quedan dos opciones: volver al punto de inicio y tirarme calimocho por encima el día del pregón y no dejarlo hasta el domingo a las doce de la noche o aceptar lacónicamente mi edad y quedarme en casa intentando evitar todo plan que no lleve anexa una autorización expresa del médico del colesterol.

Pero todo esto no es óbice para decir que hay que dar una vuelta a la Feria de Día, que es a lo que iba. Estoy seguro de que hay excepciones, que hay gente buenísima, tapas exquisitas, lugares con un servicio extraordinario y empresarios de hostelería que ponen mucho cariño a lo que hacen. Pero también hay que decir que, en general, el nivel ha caído. Hay ofertas de tapas vergonzosas, casetas con un servicio digamos que no muy agradable y entornos que no son precisamente idílicos entre contenedores al sol. No me quejo del precio, es el que es. Pero, desde luego, creo que, como ciudad, deberíamos intentar lograr una oferta excelente, más cuidada, más controlada, mejor organizada, con un nivel más 'normalizado' que evite las diferencias tan grandes que hay entre unas y otras. Lo que ha funcionado e incluso ha sido un rotundo éxito durante décadas da ahora síntomas de agotamiento. Y no es solo que yo me haya convertido en un muermo, que también. Creo que fue un error que el ayuntamiento se desentendiera de este tema y debería pensar en volver a organizarlo y a liderarlo como parte que es del programa de ferias. Porque o le dan una vuelta o acabará como en el resto de ciudades en las que se ha intentado: fracasando y mandando a la gente al interior de los bares, entregados al aire acondicionado, la copa de cristal, la mesa limpia y la civilización del mundo 'indoor'. Y no pasaría nada, desde luego, pero una parte muy importante del ambientazo que hemos tenido estos veintipico años en Valladolid se debe a que la ciudad ha salido a la calle. Y eso es por la Feria de Día. Sin ella las calles se vacían y la percepción festiva decae, lo que tiene su impacto en el resto de actividades. Por eso me parece un tema estratégico. Espero que no se sienta nadie molesto, sé que hacen un gran esfuerzo humano y económico y hay que agradecerlo. Pero tampoco pasa nada por pedir educadamente que no nos durmamos en los laureles y mantener una exigencia alta. A la gallina de los huevos de oro también hay que darle de comer. A ser posible bien. Y no es solo un tema de inversión sino de creatividad, de ambición y de respeto por el cliente y por el visitante. Por la ciudad, vaya.

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Es posible que este no sea el único punto a repensar. Hay más y quizá sea el momento de dar una vuelta a todas las Fiestas, analizar qué funciona, qué no funciona, qué sobra, qué falta, potenciar lo primero, abandonar lo segundo, ver qué podemos copiar de otras ciudades, analizar propuestas internas, alternativas creativas y no limitarnos a dejarnos llevar por la abulia y el devenir natural de las cosas y que sea lo que Dios quiera. Pero tampoco nos pasemos que ahora llega el tiempo de la 'aitaner' y me veo escondido entre los setos con mis amigos, espiando como agentes del Mossad. Aunque bien pensado quizá sería una buena forma de volver a engancharnos a las Ferias y retomar el ocio nocturno, disfrazados de columnas en los sitios de moda o de repartidores de Mahou en las casetas del centro. Mira, si se apuntan otros padres podríamos hacer una peña.

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