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La alcaldesa de Burgos, la popular Cristina Ayala, decidió que era buena idea excluir de las subvenciones municipales a todas las oenegés que trabajaran con inmigrantes. Se lo había impuesto Vox, pero eso da exactamente igual, no sirve como excusa. Sobre todo, porque, como ... veremos más adelante, no es cierto. En cualquier caso, como respuesta a esa decisión del Ayuntamiento de Burgos, más cercana a los sexadores de pollos que a la política occidental, Cáritas decidió renunciar a su parte al considerar, como organización católica, que las ayudas han de brindarse «por igual a todas las personas necesitadas», entre ellas a los inmigrantes, cuyo apoyo «contribuye a una sociedad más justa». Es el suyo un gesto de liderazgo, de fortaleza y de solidaridad que siempre es de agradecer. Y más en tiempos como estos, tan poco dados a muestras de coherencia, de grandeza y de honestidad. Sobre todo si afecta a la cartera, que es donde reside el compromiso. Y porque, además, la cosa no iba con ellos directamente, aunque sí lateralmente: es un hecho que Cáritas también ayuda a inmigrantes. No en vano, suyo es el Reino.
De cualquier forma, la respuesta a la decisión de Ayala no obtuvo solamente el rechazo de Cáritas sino también de una parte importante de la sociedad burgalesa, que salió a la calle en una manifestación «masiva», según los medios locales. También se opusieron a la idea desde la Cámara de Comercio y desde la asociación de empresarios, que exigieron al Ayuntamiento que reconsiderara su decisión. La cosa la remató Unicef, que informó al Ayuntamiento que, de no dar marcha atrás, se vería obligada a retirar a la ciudad el sello de 'amiga de la infancia'. O sea, que ni la Iglesia, ni la calle, ni el tejido empresarial, ni Unicef. Solo estaban contentos los votantes de Vox, esos sí. Y los del PSOE, supongo. Porque es evidente que este tipo de errores no forzados por parte del PP acercan a los socialistas al Ayuntamiento. Lo que se dice un exitazo, vaya.
Pero todo estaba controlado en un perfil bajo. Al menos hasta que la noticia comenzó a saltar a medios regionales y nacionales. No me digan que no es una perita: el PP se pliega a las exigencias de Vox y discrimina a oenegés en función de la nacionalidad de las personas objeto de su ayuda, que la cosa me recordó a cuando, en la Catedral de Nueva York, el sacerdote me preguntó si era católico antes de darme la comunión. Yo le dije que sí, que de Castilla, y a punto estuve de ponerme a evangelizar indígenas, como es nuestra costumbre. Pero no fue suficiente y ya le dije que a no ser que quisiera que me pusiera a cantar 'Alabaré, alabaré' en medio de la Quinta Avenida, no tenía cómo demostrárselo. Pero volvamos a lo de Burgos. Decía que en el momento en el que el asunto pasó a ser noticia regional –es decir, territorio Mañueco– y nacional –territorio Cuca–, todo se arregló por parte de magia; la alcaldesa, hasta entonces enrocada en la necesidad de contentar a Vox, vio la luz, decidió revertir la decisión, se convirtió en Juana de Arco y aceptó dar a las oenegés las ayudas que hasta entonces les había negado. Y lo hizo, aunque eso le podía haber costado la ruptura con su socio, la no aprobación de los presupuestos y la continuidad en el cargo. Muy segura tuvo que estar para dar ese paso y dar la vuelta a los cañones. No tengo pruebas –tampoco dudas– de que hubo llamadas.
Y eso es lo grave. Que hagan falta llamadas para que el mismo partido que se había plantado ante las oenegés para contentar a Vox decidiera plantarse ante Vox para contentar a sus jefes. Pero ante ese desplante ya solo quedaba saber qué iba a hacer Vox. Más aún cuando, en Valladolid, el PP había asegurado que no admitiría injerencias en este asunto y que iba a incluir en su presupuesto ayudas a varias oenegés que trabajan con inmigrantes, se pusiera Vox como se pusiera. La decisión para Vox no era fácil y todo hacía indicar que, desde Madrid, Abascal daría la orden de dar por roto los acuerdos de gobiernos si se seguía con esas ayudas, exactamente por el mismo motivo por el que salieron de todos los gobiernos autonómicos. Recordemos que, para ellos, la ayuda humanitaria es un 'efecto llamada', que es algo así como decir que limpiar los montes es una inequívoca invitación a los pirómanos. Y, desde luego, si dejaban desdecirse así a Ayala debido a órdenes de arriba, no tendrían motivos para plantarse después en el resto de los ayuntamientos en un asunto que es, para ellos, intocable e innegociable.
Pues nada. Ni intocable ni innegociable. Vox tragó, como tragó antes Ayala, y todos de acuerdo otra vez en el extremo opuesto al que acababan de defender. Y eso es todo, lo que prueba que 'primum vivere, deinde philosophari'; que, como dije al principio, la imposición no era tal; y que, si se hiciera frente a Vox desde el principio, desde la firmeza de los valores y desde la convicción íntima de estar en el lugar correcto, el PP se habría ahorrado muchos problemas y los españoles este infierno humillante del tardosanchismo. Pero es que, si hubiera salido mal y Vox hubiera roto el acuerdo, tampoco habría pasado nada. Lo verdaderamente peligroso para el PP y para los burgaleses habría sido seguir con el plan inicial, es decir, con lo de los sexadores de ONGs. El votante de centroderecha no es como el del PSOE, no le vale todo y no quiere tener nada que ver con ese discurso sectario, fanático y nacionalista ni con esas cacicadas trumpistas y de las JONS. Pero menos aun si es católico, como nos ha recordado Cáritas. Si el PP abandona los principios de la Transición, de la Constitución, de la democracia liberal, de la derecha moderada y del humanismo cristiano no volverá a gobernar nunca y yo me alegro. Y aunque algunos intentarán convencernos de que lo que demuestra fortaleza es ser un cafre, las cosas funcionan exactamente al revés y solo hay alguien más débil que quien acepta un chantaje, que es quien lo impone. Sobre todo, si esos chantajes empujan a Cáritas a no aceptar los recursos que necesita por ser incompatibles con los principios que representa, a las asociaciones empresariales a plantarse y a los votantes a salir a la calle a decir 'basta'.
Esperamos que alguien haya aprendido la lección, aunque, como ven, con este nivel de políticos, eso requiera de nosotros un salto de fe que ni Kierkegaard. Todo es corto plazo, todo es maniobra y, como dice el Eclesiastés, «todo es vanidad». Un completo desastre del que todos salen tocados. Lo de siempre. O, siguiendo con el Eclesiastés: «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará». Nada nuevo bajo el sol.
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