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Guiso de níscalos. R. UCERO

Apología de las Letras y los níscalos

«Entre tanta vulgaridad, tanta ensaladilla rusa y tanto atún marinado surge alguien de la nada y, al final de toda la retahíla de platos, pronuncia la palabra 'níscalos' como si lanzara un conjuro»

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 29 de octubre 2023, 00:19

Llegan los níscalos

Hay un día en el calendario en el que el camarero vallisoletano te sorprende ofreciéndote níscalos como quien tuviera un comodín bajo la manga. Es un momento concreto que llega de repente, sin previo aviso y que cada año me pilla desprevenido, como si no ... me lo esperara. Y cada vez vuelve a ser la primera. Entre tanta vulgaridad, tanta ensaladilla rusa y tanto atún marinado surge alguien de la nada y, al final de toda la retahíla de platos, pronuncia la palabra 'níscalos' como si lanzara un conjuro y nos ofreciera una llave secreta que activara un resorte interno. Y se nos pone a todos la sonrisa de tonto que se le pone a los niños en la mañana de Reyes, cuando ven cómo la magia se hace presente delante de sus narices. Hay más setas, sí: boletus, setas de cardo, rebozuelos. Objetivamente todas están mejores que los níscalos. Pero no son níscalos. Los níscalos son otra cosa, tienen ese qué-sé-yo, ese yo-qué-sé, esa humidad de la tierra y ese vínculo con nuestra tradición, con la casa de nuestras madres y de nuestras abuelas que es lo que los hace diferentes y especiales. Una de mis abuelas, Flora, escogía los más pequeños y más perfectos para hacerlos a la plancha con algo de sal. Mi abuela Candelas, sin embargo, tiraba de guiso con ajo y guindilla. Y los ponía de guarnición a casi todo. Y octubre se convertía, así, en una especie de festival de la seta, en la exaltación del hongo y, por extensión, en la temporada alta de las cocinas familiares, que se llenaban de gente y de conversaciones superpuestas.

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Esto alcanza su mayor expresión si, además de comerlos, los has cocinado tú mismo. Porque, en ese caso, ya no solo eres un solo un comensal, sino que te conviertes en el anfitrión en una mesa con muchos amigos, un poco de pan y algo de vino. Y como, por algún motivo que desconozco, muchos somos incapaces de encender la calefacción hasta pasado el día de Todos los Santos, las casas están frías y vamos por el pasillo como quien atravesara el Puerto del Escudo, que yo, alguna vez, me he llegado a plantear llamar a un sherpa y hacerme con un San Bernardo. Pero si cocinas níscalos, la casa se llena de un calor especial, un calor confortable que nace de dentro afuera. Nada que ver con ese calor veraniego, siempre tan hortera, que viene de fuera adentro. Esto es otra cosa: calienta las mejillas, ahorma el corazón, templa el alma. Y la mesa se convierte en un hospicio y llegamos hasta la cena convertidos en cenáculo.

Y todo esto aún puede superarse si encima has recogido los níscalos tú mismo, en esos pinares de Montemayor, de Viana, de Portillo o de Tudela. Ya saben que todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad menos los buscadores de setas. Así que todos los 'seteros' van a lo seguro, a su zona preferida, a sus rincones predilectos y secretos, rivalizando en fanfarronería con los cazadores, pero sin llegar jamás al nivel extremo de los pescadores. Y ahí los ves con su cesto, su forro polar, sus botas embarradas y su felicidad intacta, dispuestos a encontrar tesoros que, posteriormente, nos llevaremos a la boca. Es el impulso primitivo del hombre por llevar comida a casa, por proveer a los suyos de alimento y por prevalecer. Es por eso que, cuando lo logras, la felicidad es global. No solo agrada a tus papilas, sino que llega al núcleo de tu instinto. Las he cogido, las he cocinado y ahora parto el pan y sirvo el vino para que todos los que estamos sentados en la misma mesa compartamos algo más que cualidades organolépticas. Porque los níscalos no son solo fibra, hierro, niacina, vitamina A y ergosterol. Nada de eso. Los níscalos trascienden lo nutricional para convertirse en una fábrica crepuscular de amistad y de intimismo. Y luego algunos nos siguen preguntando por qué nos gusta el otoño. Pues por las setas, claro. Y nos seguirán gustando mientras tengamos amigos, familia y una pobre cazuela de barro.

Supermercado nuevo

Han abierto un Mercadona en Alonso Pesquera que se puede dividir en autonomías. Entras en un código postal y no sales en otro diferente por unos metros. Yo creo que ahí dentro cambia hasta el huso horario. A medida que avanzas, ves cómo va cambiando el acento de la gente, sus rasgos, sus tradiciones. A mí me saltó un aviso en el teléfono a la altura de los yogures por si quería activar el 'roaming', no digo más. Si sumamos todo lo que hay en los lineales, creo que tendría más PIB que muchos países de Oriente Medio, puede que llegue directamente al G8 como una de las economías más potentes de la zona euro. Yo entré a por un poco de ajo para los níscalos y cuando salí tuve llamar a mi familia para que me ayudara a llevar todo lo que había comprado y rehipotecar la casa para pagarlo. Porque había aceite, claro, que atendiendo a su precio no creo que diste mucho de la sangre de unicornio. Yo creo que si indago un poco podría encontrar dentro hasta una zona de pinares para buscar un corro de níscalos, pero dentro de una experiencia inmersiva, como un 'escape room'. Qué cosas.

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El Norte en el Instituto Cervantes

En el edificio de las Cariátides, entre las madrileñas calles de Alcalá y del Barquillo, está el Instituto Cervantes. En sus bajos, 'La Caja de las Letras', una cámara acorazada donde se custodia, encapsulada, la historia de nuestra literatura. La semana pasada, El Norte de Castilla depositó allí unas caricaturas de Delibes. Puede parecer un acto sin más, pero, simbólicamente, no lo es. Es este el periódico mas antiguo de España, el decano. Dejar allí lo que se ha dejado nos sitúa en un lugar preeminente dentro del mundo de la Cultura, no solo de nuestro país, sino del espectro de nuestra lengua común. Pero haber elegido a Delibes es un acierto y un reconocimiento maravilloso porque, estando él, estamos todos. Pero que lo que se haya elegido no sea un artículo sino unas caricaturas que hizo cuando comenzó con 22 años, nos muestra algo más: no se deposita el final de una obra sino su comienzo. No se deja el efecto, sino la causa. No se ensalza el fin, sino el medio. Y yo ahí quiero ver la voluntad del periódico de seguir abriendo las puertas a todos los que empiezan, a los chavales de Valladolid que, como el propio Delibes, soñaron con llegar a escribir algún día en 'El Norte'. Me encantaría bajar a 'La Caja', a esa especie de panteón sagrado. Si rebuscas, fijo que no solo ves los documentos sino níscalos como sombrillas. Y si subes por un atajo, no descarto que salgas, como en el Ministerio del Tiempo, por una puerta falsa que de a la zona de encurtidos de mi Mercadona.

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