Queramos o no, la nueva realidad va transformando nuestros modos de hacer las cosas. Queramos o no, todo ha cambiado. Dicen los que saben de esto que, queramos o no, debemos aprender a convivir con ello porque las amenazas seguirán después de la covid-19. ... No queremos, pero no queda otra. Y nos preguntamos cómo será la vida de nuestros hijos. Asumimos que aquello del «eso no se dice, eso no hace, eso no se toca» de Serrat se nos ha quedado demasiado corto en la situación actual. Quién nos iba a decir que incluso el «deja ya de joder con la pelota» sonaría nostálgico en medio de patios de colegio sin balón y separados por cintas para evitar contactos personales.
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Atosigamos a esos locos bajitos con nuestras preocupaciones y un sinfín de órdenes, obligándoles a convertirse en adultos antes de tiempo. Muchas veces sin percatarnos de que en pocas semanas hemos pasado del recurrente «hay que compartir» a la imposición del «que nadie toque tus cosas».
Ellos son quienes nos enseñan cada día. Su fortaleza y capacidad de adaptación bien merecerían el ya olvidado aplauso de los balcones. Ahora nos toca a nosotros. Ya está claro que la pandemia y la recesión que ha desencadenado afectarán profundamente al futuro de nuestros hijos. Ahora nos corresponde trabajar juntos y exigir a nuestros representantes públicos que aparquen la pura táctica política para construir un plan de recuperación que se enfoque en las necesidades de los niños y sus familias para asegurarnos de que ninguno se quede atrás. Se lo debemos.
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