![El tiempo viéndonos pasar](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/01/15/83059418-ktPG-U2101252700398GIF-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Pedaleo, «acompaño mi sombra por la avenida», el susurro de una canción –de la canción, siempre la misma– me dibuja una sonrisa, acelero persiguiendo el compás del son como un niño al flautista de Hamelín. El volumen aumenta, «levanto la vista y me encuentro con ... él», «y ahí está, ahí está, ahí está»sonriendo y desprendiendo sonrisas, recorriendo la ciudad sobre su moto ante miradas que «se pierden entre tanta gente». Ignoro su nombre, su peripecia vital, absolutamente todo excepto su incesante deambular por la ciudad entonando sobre la moto su canción. Me aproximo, le persigo sin sobrepasar la línea de la prudencia para no interferir en su intimidad. Olvido mi destino; él, durante unos minutos, indica la trayectoria. Me embelesa, más que la música, la ternura que desprende la imagen. El día, mi día, se ha renovado, es otro, mucho mejor.
Ignoraba su nombre hasta hace unos días. Mala hora para aprenderlo. Una noticia publicada por Eva Esteban en este nuestro El Norte de Castilla nos informaba de que ya no habrá más 'puertas de Alcalá': José Antonio Guerra, así se llamaba el motorista del contento contagioso, había fallecido días antes de dar la vuelta al año. La frase del '1984' de George Orwell, en este caso, tendría sentido: Guerra era la paz.
Valladolid, deslumbrado por su fulgor en los libros de Historia con mayúscula, evoca en su callejero, en su listado de monumentos, en la denominación de diversos edificios, incluso en un panteón en el cementerio de El Carmen, el nombre de los paisanos considerados ilustres. Otros, menores en ese rango, adornan una historia con minúsculas, forman parte de lo cotidiano de un par de generaciones: son de todos, sin su presencia la ciudad en que vivimos sería otra.
Al final, nada permanece «viendo pasar el tiempo», es el tiempo el que nos ve pasar.
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