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En esta coyuntura en que se encuentra la situación política española es perfectamente comprensible que todas las hipótesis posibles sean objeto de propuesta, de debate y de opiniones contrapuestas. De momento, las apuestas se concentran en las dos opciones más previsibles: o sale adelante una ... investidura del candidato del PSOE, una vez fallido el intento del candidato del PP, o vamos sin remedio a la repetición electoral. La cuestión está situada ahí, y por ahí comienza el análisis.
Para que salga adelante esa investidura y se pueda formar gobierno, es de sobra conocido que tienen que emitir voto favorable a la candidatura del PSOE todos los diputados que no son del PP, de Vox, de UPN (Unión del Pueblo Navarro, que es uno) y quizá de CC (Coalición Canaria, que es otro). Todos los demás, o sea, el PSOE, Sumar, el PNV, Bildu, ERC, Junts, y en menor medida el BNG (ya que el Bloque Nacionalista Gallego también es solo uno). No bastaría que alguno de estos grupos (los que tienen varios diputados) se abstuviera, porque entonces la suma de votos negativos superaría a la de afirmativos y la investidura no prosperaría, ni siquiera en la segunda votación. Así de complicada, y de apretada, está la cosa.
A día de hoy, las apuestas parecen bastante inclinadas a que habrá acuerdo, investidura y gobierno, sin perjuicio de lo que venga después en cuanto al margen concreto de gobernabilidad y de estabilidad resultante de los eventuales acuerdos. Bien notorio es que, cuando se piensa en esta hipótesis de que haya acuerdo, todas, o casi todas, las miradas se dirigen a Junts, el grupo catalán que tiene como referente principal a Carles Puigdemont, personaje generalmente conocido y, por obvias razones, objeto de los sentimientos más contrapuestos que imaginarse puedan. No parece haber inquietud con los demás aliados necesarios, lo que no deja de ser curioso. A casi nadie he escuchado dudar de que el PNV, Bildu, ERC o el BNG, mucho menos Sumar, vayan a hacer otra cosa que no sea votar a favor del candidato del PSOE, lo que en buena medida se deduce del hecho de que ya hayan votado en contra del candidato del PP. De ellos se espera un grado de previsibilidad, y hasta de flexibilidad negociadora, que no se le reconoce al dirigente prófugo, aunque también es cierto que no sabemos con exactitud lo que estará pasando entre bambalinas en esta fase, ni cual vaya a ser el resultado final de lo que se esté negociando, más allá de que la desjudicialización y algo relacionado con la consulta (los términos amnistía y referéndum estarán más tiempo en la recámara) son, a lo que parece, los asuntos centrales, seguro que no los únicos, de las conversaciones. De eso habrá que tratar cuando los términos que puedan acordarse estén a la luz, porque cada palabra va a tener importancia, y sería arriesgado emitir juicios de valor anticipados; por el momento, ya expresé mis serias dudas respecto de «esta amnistía», en el plano político, incluso más de lo que puede dar de sí el plano jurídico, con razones en un sentido y en otro. Veamos, pues, cómo evolucionan los acontecimientos.
La opción de repetir las elecciones puede parecer, a priori, poco deseable. Cuando ya se ha votado resulta incómodo volver a votar. Hay, además, experiencias relativamente reciente, como la de la legislatura anterior, en la que tras la repetición se llegó de inmediato a aceptar planteamientos de coalición que estaban precisamente en el origen de la repetición. Sin embargo, es curioso que en algunos sondeos que se siguen haciendo se haya producido un notable incremento de los que preferirían volver a las urnas antes que pactar con independentistas, y especialmente con el partido de Puigdemont. Un medio nacional cifraba en un 48% del electorado los partidarios de esa opción. No tengo en absoluto claro que repetir elecciones esté en la preferencia de quienes negocian un acuerdo, salvo que éste se haga imposible por razones insuperables, como podría ocurrir con una demanda de amnistía sin ninguna contrapartida ni gesto de la otra parte, sino todo lo contrario, o con una vinculación inseparable de amnistía y referéndum.
De no ser así, imagino que van a terminar inclinando la balanza a favor del acuerdo dos circunstancias bien concretas. Por un lado, repetir elecciones no interesa a ninguna de las partes del acuerdo, pues tendría mucho riesgo para los nacionalistas, en tanto que culpables de la repetición, y también para el PSOE y Sumar, con más dificultad para movilizar electorado por segunda vez; interesa más al PP, confiado en allegar más voto útil de Vox esta vez, hasta alcanzar, o acercarse más, a la mayoría, arrebatando escaños al PSOE en circunscripciones donde podría crecer con ese voto adicional. Dicho de otro modo: en una vuelta a las urnas el PP tiene espacio de crecimiento a su derecha, recuperando voto que fue suyo; no lo tiene el PSOE a su izquierda, pues lo que ha retenido Sumar de lo que fue voto de Podemos y demás aliados sería muy difícil de captar. Si ese argumento del interés en repetir no fuera suficiente, recordemos que a corto plazo hay elecciones en Euskadi, en Cataluña, donde van a competir participantes ahora en un mismo acuerdo y, con más o menos claridad, es muy probable que el PSOE sea interlocutor principal en ambos casos, quizá también en Galicia, lo que puede aconsejar trenzar ya alianzas ahora por lo que pueda ocurrir luego.
En fin, que queda preguntarse si hay alguien más ahí, si hay alguna fórmula que permita formar gobierno sin acceder a un acuerdo tan lleno de aristas e inconvenientes como el que puede acaecer, y evitando la repetición electoral. ¡Haberla, haila! Ya saben cual es, porque más de uno la ha sugerido o propuesto: poner en valor la abstención como activo político. Si se fijan, las repeticiones electorales de la época reciente han estado críticamente vinculadas a demandas de abstención: aquel primer acuerdo PSOE-Ciudadanos de 2016 no prosperó porque no se abstuvo Podemos; la crisis del PSOE vino motivada por la puesta en práctica de una abstención para que formara gobierno el PP; el PSOE reclamó en primera instancia la abstención del PP en 2019, ante la falta de acuerdo con Ciudadanos o con Podemos, lo que motivó aquella repetición que se saldó con el acuerdo instantáneo con Podemos. No se qué pasaría si el PP ofrece una abstención total o parcial al PSOE para evitarle el pacto con quien dice que no se puede pactar; mirando más cerca, no se qué hubiera pasado en Castilla y León si el PSOE hubiera ofrecido una abstención al PP para evitarle pactar con Vox, sin tener que repetir elecciones. No se qué pasaría si, quien tiene en su mano evitar lo que considera una desgracia inaceptable, se mostrara dispuesto a ofrecerlo, o si la otra parte respectiva se mostrara dispuesta a pedirlo y negociarlo. Ni siquiera es un gobierno de coalición, es romanticismo puro. De momento no le cabe en la cabeza a casi nadie. Tal vez llegue un día en que lo pidamos a gritos.
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