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No se si el título está bien elegido, pero tómese solo en sentido figurado. Lo que hemos tenido la oportunidad de presenciar estos días en el hemiciclo del Congreso de los Diputados bien podría asemejarse a un primer asalto de un combate que va a ... tener continuidad con más asaltos, previsiblemente más interesantes que el ya concluido.
Era éste, ciertamente, un extraño debate de investidura por muchos motivos. El principal, que, salvo mayúscula sorpresa, su resultado era conocido de antemano y eso, además de quitarle emoción, altera bastante su propio significado. Yo no aprecié, por ejemplo, que allí se estuviera discutiendo un programa de gobierno con el que el candidato solicitara la confianza de la Cámara; un mínimo en su intervención inicial, pero a partir de ahí todo consistía en invocar argumentos y contraargumentos que correspondían a otro asalto, fuera el ya librado cuando se celebraron las elecciones y se conoció el resultado, fuera el que, o los que, quedan por librar, ya que pueden ser uno, o varios. Y todos lo hicieron; para todos el papel a representar tenía poco que ver con un debate de investidura propiamente dicho. Se ha reiterado con insistencia, y no falta razón, que había algo de debate preventivo de una moción de censura anticipada, o de toma de posiciones para una eventual jefatura de la oposición más que para una jefatura del gobierno. No le demos más vueltas: cuando un debate de investidura se sabe fallido de antemano tiene esos riesgos; no es la primera vez que ocurre y vaya usted a saber si no será la última.
Así que, a la cuestión. Por esas circunstancias que acabo de señalar este debate de investidura se ha considerado en ciertos ámbitos como una innecesaria pérdida de tiempo que respondía a intereses políticos partidarios y personales del candidato. Pero no era la primera vez que se celebraba un debate de investidura con resultado fallido, conocido de antemano, lo que condujo a sendas repeticiones electorales. ¿Se podía haber evitado este debate de investidura para ir directamente al siguiente, que es el que puede resultar favorable? Se podía, pero no estoy muy seguro de que hubiera sido procedente; incluso hay evidencia de que el lapso de tiempo empleado en este primer asalto ha tenido otros efectos políticos interesantes para quienes han 'padecido' la espera. Lo que no creo razonable es atribuir al Rey el papel de forzado consentidor de una estrategia de demora que se le haya impuesto por parte interesada. Cuando abrió consultas por primera vez, unos fueron a darle su opinión y otros no; de los que fueron, que supongo que es a los que tiene en cuenta, dedujo, como así lo hizo público en una nota oficial, que había un candidato que, en ese momento y por la información recibida, disponía de más escaños y le encargó el primer intento. ¿Podía entonces hacer otra cosa el Rey?; ¿podía dejarlo en el aire sin tiempo ni plazo, sin poner en marcha el reloj constitucional de los dos meses, hasta tener la seguridad de una candidatura factible?. Y una vez designado, ¿podía el candidato del PP rechazar el encargo?; ¿debió hacerlo? Ya lo hizo en su día el candidato Rajoy y le llovieron piedras de todas las procedencias posibles. De modo que cada uno ha jugado sus cartas en un delicado contexto, como ya ocurrió en otras ocasiones, aunque vivamos tiempos en que la hemeroteca resulte despreciada como si fuera el más maligno de los enemigos.
El debate, pues, se celebró. Y saltó la primera sorpresa. El candidato había exhibido la soltura parlamentaria que se le supone por experiencia, más allá de que la aplicara a exponer unos contenidos aceptables o convincentes, y se esperaba el cruce de sables con el Presidente en funciones, candidato previsto para el siguiente asalto. Para quienes conocemos al ocasional portavoz en ese debate del Grupo Parlamentario Socialista, pudo ser sorpresivo el hecho en sí, no la forma en que desempeñó el papel asignado. Sabemos de sus dotes oratorias, de su discurso bien trabado y pronunciado, mordaz cuando pretende serlo, intenso en todo caso. No hay duda de que, para la estrategia diseñada y para la finalidad pretendida, estuvo bien elegido. La duda, y yo la tengo, está en eso que he llamado el hecho en sí. No sé si el silencio de la contraparte política del debate era lo más adecuado, si fue lo más oportuno o lo más cortés. Yo creo que no. Hagamos la reflexión a la inversa: es esperable que cuando se produzca el debate de investidura del candidato del PSOE la contraposición política la haga el referente principal del otro principal partido; nos extrañaría que no fuera así y sería criticable.
Y vamos, por último, al fondo, a la situación de la política española que, siendo conocida o al menos intuida, ha quedado patente en este debate, que trae causa de un resultado electoral altamente complicado. La correlación de fuerzas puesta de manifiesto viene a suponer que, en términos electorales, prácticamente una mitad del país piensa y cree que un eventual gobierno del PP, asociado o apoyado por Vox, es altamente pernicioso; la otra mitad, más o menos, piensa y cree lo mismo de un eventual gobierno del PSOE, asociado con Sumar y apoyado por partidos nacionalistas de diversa tendencia. De manera que Vox se ha convertido objetivamente en el mejor aliado involuntario del otro bloque porque cumple las tres funciones que los politólogos atribuyen a quien desempeña esa función: divide el electorado del más cercano, en este caso el PP; ahuyenta de éste potenciales aliados, como lo sería, por ejemplo, el PNV en otras circunstancias; y, por si fuera poco, activa y estimula al electorado del principal adversario, en este caso el PSOE. A la inversa pasa algo parecido: los partidos nacionalistas, especialmente en su versión independentista, cumplen las mismas funciones en la otra dirección, y seguramente mucho más que Sumar, que va siendo tomado como un apéndice ya adherido al PSOE más que como otro competidor.
De manera que la política española se ha convertido en una disputa de bloques cerrados, respectivamente anhelantes de disponer de un voto más que el otro bloque, aunque no sea más que un voto, y construir desde esa ventaja una superioridad política que parece necesitar altas dosis de intransigencia, no exenta de cierto sectarismo agresivo, para afirmar el bloque y desarrollar un determinado proyecto político. Y nadie parece plantearse si cabría intentar alguna fórmula alternativa o, al menos, prepararla por si fuera necesaria a medio plazo
Vendrán ahora semanas intensas, con nuevos temas en el candelero del siguiente asalto, en el que se decidirá si hay gobierno, si se repiten las elecciones y en que contexto. La escena promete el máximo de emoción. Permanezcan atentos a la pantalla.
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