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No es mal número. Una de esas cifras redondas, pares, reiterativas, que suenan bien. Pero bisiesto, carácter que no tiene buena prensa en el imaginario ... popular. «Año bisiesto, año siniestro», decía el dicho. Pongan «año bisiesto» en Google y verán dramáticos relatos, desgracias ocurridas en 29 de febrero, tragedias varias. La maldición del año bisiesto, titulan muchas de esas crónicas. Y no hace falta ir muy lejos: el año 2020, último bisiesto anterior, sí que era redondo y bonito; dos veces 20, imposible de mejorar. Fue el año de la pandemia que horrorizó al mundo. Justo en ese entorno del 29 de febrero se estaba expandiendo a toda velocidad, como bien lo podemos recordar. Este 2024 ha empezado con noticias de extrañas gripes y de repuntes de contagios que saturan los servicios médicos. Pié en pared, crucemos los dedos y toquemos madera. Y no sigo por ahí, que podría terminar esto imitando el vuelo bajo que suelen hacer los pájaros de mal agüero cuando se empeñan en destilar gotas de pesimismo por doquier.
2024 va a ser un año interesante, no hay duda. Con algunas incertidumbres en lo económico, porque las previsiones macroeconómicas de crecimiento, empleo, inflación, tipos de interés, etc., apuntan lentitud en el avance, quizá estancamiento, pero no retrocesos significativos; con algunas expectativas de primer nivel en la ciencia y en la tecnología (¡quién sabe lo que nos deparará la inteligencia artificial!); con serias prevenciones en lo ambiental (¡quién sabe hasta dónde llegará la nueva espiral del cambio climático, o si las previsibles olas de calor superarán los niveles de las ya conocidas¡); con explicables temores en lo social, sumergidos como estamos en esa apestosa polarización, que ya hizo que el propio vocablo fuera el referente terminológico del año pasado. Y, por supuesto, con turbulencias seguras en lo político.
Darán mucho que hablar los episodios vinculados al desarrollo y cumplimiento de los acuerdos que hicieron posible la investidura. Por su propia naturaleza y alcance, tan difuso en muchos casos, pero también por la desconfianza, la impaciencia y la necesidad de cosechar a corto plazo de cada uno de los agentes intervinientes. Baste observar que ya ahora, recién iniciado el tiempo hábil de la comprobación del cumplimiento, se han empezado a emitir señales de duda y de exigencia, teñidas de amenaza. Todo porque en un amplio decreto-ley, de esos que tienen de todo, se ha deslizado la plasmación escrita de una regla conocida de antaño, que viene a decir que, cuando se plantea una cuestión prejudicial por un juez español ante el Tribunal Europeo, el asunto afectado queda en suspenso hasta que la citada cuestión se resuelva o se retire. Tal vez dando por hecho que se planteará alguna cuestión de ese tipo en relación con la ley de amnistía, y que eso retrasará su aplicación, se han hecho sonar las alarmas, y es muy probable que situaciones similares se producirán con frecuencia y con diversos motivos. Lo mismo que ocurrirá con la invocación del referéndum de autodeterminación y el reconocimiento nacional cada vez que se celebre una de esas reuniones discretas con mediador. No olvidemos que en el horizonte están próximas unas elecciones catalanas con dura competencia interna entre partidos nacionalistas y de estos con los partidos estatales.
También lo están unas elecciones vascas, pendientes de convocatoria, pero no menos competidas desde que Bildu se le echó encima al PNV y el papel de los partidos estatales se hizo más relevante, especialmente mirando a Pamplona, y sin perjuicio de desmentidos cuyo crédito no cotiza precisamente al alza. Y más próximas aún, ya con fecha en el calendario, las elecciones gallegas, el 18 de febrero, y las elecciones europeas, el 9 de junio. Cada una de ellas con creciente interés en el contexto actual.
Las elecciones gallegas reúnen todos los ingredientes imaginables. Serán las primeras una vez iniciada esta compleja legislatura y se van a convertir de forma inevitable en el primer test real de opinión sobre los asuntos polémicos más recientes. Es evidente que el PP ha elegido la fecha más próxima, de las que veía manejando para convocar, con la intención de rentabilizar electoralmente el impacto de esos asuntos, especialmente de la amnistía, que en ese momento estará en pleno proceso de aprobación parlamentaria y todavía en el centro del debate. De manera que el resultado que allí se produzca tendrá una lectura nacional inmediata. A ello se unen otros elementos singulares: se trata del lugar de referencia del líder actual del PP, que estará especialmente concernido por ese resultado de forma muy personal; un lugar, además, donde hay impulso nacionalista con caracteres peculiares, mayoritariamente alejados de la autodeterminación. Y más aún, destaca la propia composición del Parlamento gallego, donde no hubo en la legislatura que finaliza representación ni de Podemos (¡qué sería de aquellas Mareas, que subieron y bajaron con el mismo ímpetu que lo hacen las otras mareas, las del Atlántico, en aquellas costas¡), ni de Ciudadanos, cuando ambos aún estaban en alza, donde el PP repitió mayoría absoluta, y donde el PSOE era tercera fuerza, tras el BNG, que le sobrepasó, recibiendo mucho voto procedente de aquellas Mareas de Podemos en un momento en que los morados gobernaban en coalición con el PSOE. La tendencia con que pueda verse modificado ese escenario será, pues, analizada como un hecho relevante, porque su repercusión en la política en general tendrá fundamento cierto.
No menos intensa será la incidencia de las elecciones europeas, que será el siguiente test, suponiendo que no se crucen por medio las elecciones vascas, o las catalanas, o ambas, que todo es posible en función de cómo avancen los acontecimientos. Las europeas, ya saben, son elecciones de país, simultáneamente en toda España y en circunscripción única, cubierta con cada candidatura, lo que favorece la agrupación y el aprovechamiento del voto acumulado que se obtiene en cada lugar, por efecto de la proporcionalidad. Así que, como siempre, habrá nuevos competidores, animados por esas reglas electorales, y, como nunca, esas próximas elecciones europeas tendrán significado político nacional en el ambiente polarizado que nos rodea. Me atrevo a pronosticar que el relativo menor interés, que generalmente se traducía en una baja participación, dejará paso esta vez a una mayor tensión, y no tanto por lo que estará en juego en la política comunitaria, que es mucho por la importancia de las decisiones que se toman allí, sino más bien por la relevancia interna, que será mucha.
Así que dispongámonos a un 2024 animado, que les deseo feliz y próspero en todo caso. Confiando que la 'maldición del bisiesto' pase de largo, sin darse cuenta de que este febrero tendrá veintinueve días.
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