Los que, por la edad y las circunstancias, hicimos el servicio militar en nuestra cada vez más lejana juventud, sabemos bien lo que significaba aquella expresión que resumía en dos palabras el transcurso y el acontecer de los días. Lo primero que hacía el mando ... al frente de la tropa al superior que venía a pasar revista era informarle de la situación con esa expresión tan simple como reveladora: ¡Sin novedad, mi capitán¡ Y no hacía falta decir más. No sé lo que hubiera ocurrido si en algún momento se hubiera pronunciado un «hay novedades, mi capitán»; supongo que existirían un protocolo previsto para la ocasión, porque en el Ejército todo estaba bien ordenado, pero nunca se dio esa situación. Así que no tuve ocasión de comprobarlo.
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Me vino a la memoria aquella escena militar al día siguiente de las reciente elecciones europeas. Si hubiera tenido que responder a la pregunta con aquella simple contundencia, ¿cuál debiera ser la respuesta?, ¿hay novedad, mucha, poca?, ¿no hay novedad?. Y es que las elecciones europeas, y más si se celebran ellas solas, siempre dejan una extraña sensación. Parece que tienen menos importancia comparativa que otras, o que despiertan menos interés, pero muchas de las novedades en la vida política, e incluso algunas extravagancias, vienen de ahí. Recuerden que en unas elecciones europeas salió a la luz Podemos, que la implantación del sistema de primarias en el PSOE, no sin las conocidas turbulencias que derivaron, procede de ahí, que hubo unas europeas en las que obtuvo escaño aquel peculiar personaje que fue Ruiz Mateos, o, en fin, que en estas ha emergido con evidente notoriedad el no menos peculiar Alvise, un típico antisistema con mando en las redes.
Con frecuencia se ha pensado que las elecciones europeas son las más propicias para que ocurran fenómenos fuera de control por las especiales circunstancias que las caracterizan. La participación desciende, sobre todo si se celebran por separado, sin presencia de otras urnas más calientes, como ha sido el caso; mientras que en 2019, coincidiendo con municipales y autonómicas, la participación fue un poco más del 60%, ahora ha sido un poco menos del 50, aunque también es cierto que en 2014, año en que también se celebraron solas, fue aún menor, el 43,8. Además, la circunscripción es única, de todo el país, con lo que, mediante una única candidatura, se acumula todo el voto que se obtenga en cada lugar. Y, para redondear las facilidades, el número de escaños a elegir, en esta ocasión 61 (en la anterior eran 54), facilita la proporcionalidad a la hora de alcanzar representación, entre otras cosas porque España aún no aplica la regla europea del mínimo necesario para obtenerla (entre el 2 y el 5%). Así que, todo eso junto, dibuja un escenario apetecible para la competencia, como lo muestra el hecho de que se presentaran 34 candidaturas, nada más y nada menos.
Seguro que este es el contexto en que debe analizarse el resultado de las pasadas elecciones europeas, sin mucho margen para la extrapolación a otros procesos; lo más probable, y la experiencia lo confirma (ésta era la novena ocasión en que se celebraban), es que elecciones de cualquier otro signo hubieran dado otro resultado distinto, siendo tan distintas las circunstancias. Se podría decir, y así lo creo, que lo más sustancioso de las elecciones europeas, visto en clave nacional, no es tanto el resultado que producen, sino la tendencia que marcan. Por supuesto que el resultado acumulado en el conjunto de la Unión, y la composición derivada del Parlamento Europeo, tiene importancia creciente por el impacto directo o indirecto que, respectivamente, desplegará en las políticas comunitarias y nacionales. Pero de puertas adentro, en lo doméstico, lo importante es eso, la tendencia y, llegado el caso, los efectos políticos que pueda tener, como ya ocurrió en varias ocasiones.
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Esta vez era muy evidente que los principales agentes de la política española quisieron dar al evento electoral un especial significado, con olor a plebiscito por una y otra parte. Veníamos de un itinerario tenso, iniciado tras las generales de hace un año, reavivado con una polémica investidura, sostenido con diversidad en tres elecciones autonómicas, y las europeas estaban planteadas como una reválida condicionante, en un sentido o en otro, para el inmediato desarrollo de una legislatura que aún no se había iniciado de manera efectiva. Y lo que ha pasado, sin que sea muy concluyente por las razones indicadas, y sin que las diferencias sean demasiado relevantes, es que esa tendencia a que me refería ha quedado establecida con cierta claridad.
El dato más relevante, porque es el que tiene mayor capacidad comparativa, es el de los porcentajes respectivos, porque, aunque la participación sea baja, y lo es para todos, permite medir la representación y la evolución de cada uno. Mirando a los dos grandes partidos, que el PP haya obtenido dos escaños más que el PSOE, no es significativo. Sirve para hacer discurso, pero poco más. Lo significativo es que el PP venía de 13 escaños y ha obtenido 22, mientras que el PSOE venía de 21 y ha obtenido 20. El porcentaje de voto es aún más revelador: el PP pasó del 20,2 al 34,2%, mientras que el PSOE pasó del 32,9 al 30,2%. En el caso del PSOE la autocomparación entre 2019 y 2024 no es especialmente negativa, un escaño y dos puntos menos; el problema es la comparación con el adversario de referencia, que subió 9 escaños y 14 puntos. El mapa de los colores, que se difunde profusamente tras cada elección por el impacto gráfico que tiene, expresa bien lo ocurrido: el predominio del azul, con la excepción de Cataluña, País Vasco, Navarra y Canarias, con mínimas diferencias en algún caso, contrasta vivamente con la expansión del rojo en 2019. En algunas Comunidades donde ya había más diferencia favorable al PP (Andalucía, Madrid, Galicia), la diferencia ha aumentado; en otras donde la diferencia era menor o no la había (Valencia, Aragón, Baleares, por ejemplo), también ha crecido. Aquí en Castilla y León la ventaja ha vuelto a los 14 puntos de otros tiempos (44.55 frente a 30,44%). La conclusión final, porque es la que mejor resume la tendencia, es que, si en las generales de julio de 2023 la ventaja del PP se quedó en escasamente dos puntos (33,06 frente a 31,68% del PSOE), en estas europeas de 2024 es el doble, cuatro puntos (34,2 frente a 30,2%).
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Habría luego que analizar con detalle lo que ha pasado más a la derecha, con VOX creciendo y Alvise en escena; más a la izquierda, con Sumar y Podemos en baja; y en los ámbitos nacionalistas, donde hay de todo. Pero la tendencia principal es la que es. Reversible, por supuesto; mejorable o empeorable, según para quien, también. Mucho dependerá de cómo se salga del laberinto catalán y de lo que se ponga en juego, porque algunas insinuaciones financieras no invitan a la tranquilidad y, al fin y al cabo, es allí donde se ventila la gobernabilidad, la suya y la de todos los demás. Y vaya usted a saber si la una y la otra están ahora mismo en el mismo alambre.
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