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Estábamos absolutamente inmersos en el debate de la defensa europea y del aumento del gasto militar, lo que en última instancia tiene que ver ... con la prevención de eventuales guerras o, al menos, de ataques armados, y de repente nos hemos visto seriamente afectados por otra guerra, de otra naturaleza. Y no es fácil saber cuál es en estos momentos la guerra de verdad, si la de los misiles, la amenaza nuclear y los carros de combate, o esta otra que se desarrolla por otros medios, porque en ella no se trata de enviar tropas o armamento fuera, sino de impedir o dificultar que entren dentro las mercancías, productos o servicios que vienen de otro sitio.
Así parece, que hoy por hoy la guerra desatada es la que utiliza como armas los dichosos aranceles, los tipos de cambio y esas cosas. Frente a la 'guerra militar', sea la clásica o la moderna, hay esta otra 'guerra económica', también con versiones más tradicionales y más sofisticadas. Y esto es lo paradójico: las guerras económicas modernas se basaban en mejorar la competitividad, aumentando la productividad y reduciendo los costes de producción, especialmente los laborales, hasta límites que no pudieran igualar los competidores y, así, incrementar la cuota de mercado con precios reducidos, sin perjuicio de competir también en calidad. La otra versión, la más tradicional, era la que conjugaba cupos de entrada, aranceles a lo importado, restricciones a la libre circulación de mercancías, proteccionismo, en definitiva. Aquélla estaba pensada para la lucha en un mercado abierto y globalizado; ésta otra se hace en perspectiva nacionalista y de cierre de fronteras. Algún analista lo ha dicho ya: un líder político anclado en el siglo XX ha puesto en marcha medidas comerciales del siglo XIX para enloquecer la economía del siglo XXI. Lo que quiere decir que el paradigma de la globalización, el anhelo más intenso del liberalismo radical, ha cedido el testigo al proteccionismo más agresivo, más propio de un fanatismo ultraconservador. No encontré mejor definición de lo que está pasando.
Y todavía habría que añadir una dimensión más peculiar. En la clasificación teórica de los conflictos bélicos, además de estas formas de guerra, la militar y la económica, se solía diferenciar otra, como era la 'guerra psicológica', que buscaba amedrentar y obtener beneficio, mediante técnicas de manipulación o exhibiendo una superioridad agresiva, y advirtiendo de consecuencias negativas si no se adoptaba una determinada conducta, etc. No sé si hoy se podría distinguir. Llevamos una semana de guerra económica y los efectos psicológicos están al alza; no hay más que ver el pánico en la bolsa, las oscuras previsiones de una posible recesión, los efectos en el empleo por la pérdida de mercados, y todo lo demás.
En todo caso, el análisis final está por hacer, porque tampoco están claros los efectos que vayan a producirse ni la posibilidad real de sostenerlos en el tiempo. Dependerá mucho de la capacidad para ofrecer respuestas coordinadas y eficaces a las medidas que se están adoptando y de las nuevas alianzas, aunque sean coyunturales, frente a quien se ha convertido en un enemigo común.
Por lo que alcanzo a ver y escuchar, que yo no soy experto en economía, el juego de los aranceles tiene efectos cruzados dentro y fuera, pueden cambiar del corto al medio plazo y hasta pueden convertirse en un boomerang en determinadas circunstancias. Inicialmente, fastidian al destinatario de la medida, que ve reducidas las posibilidades de exportar sus productos al otro país como consecuencia del alza de precios y la previsible reducción del consumo allí. La pérdida de cuota de mercado a causa de la menor demanda puede incidir negativamente tanto en la producción, como en el empleo. Hasta ahí, las leyes de la economía son bastante tozudas. Más adelante, puede compensarse el descenso de las ventas de lo exportado si se consigue aumentar el consumo interno, ya que en origen el precio no tiene por qué aumentar, y si hay acceso a nuevos mercados en los que el arancel no ha sido objeto de venganza unilateral. Supongo que esto dependerá mucho de que funcione esa 'solidaridad entre víctimas' a la que antes me referí, e incluso de que se pongan en práctica estrategias convenidas de contra arancel frente a las exportaciones del adversario común. También supongo que la diferencia entre países más fuertes (China, Canadá, la propia Unión Europea, etc.) y países más débiles genera un desigual poder de reacción, lo que debería tenerse en cuenta para no excluir decisiones de ayuda y hasta de solidaridad compartida.
Del lado de allá, los aranceles ocasionarán una subida de previo de los productos afectados, con previsible efecto en la inflación. Para los consumidores norteamericanos de productos importados no es un buen negocio a corto plazo; pero si desvían la demanda hacia productos nacionales equivalentes puede ser a medio plazo un buen negocio para las empresas nacionales productoras. También esas empresas, que en muchos casos exportan fuera, podrán verse afectadas por una contraofensiva de aranceles en los países donde tienen mercado. Al final, todo consistirá en un cálculo de ventajas e inconvenientes, aquí y allá, del que resultará un balance final. Y es eso lo que conducirá a una posible negociación bilateral o multilateral, a una reducción, o incluso a una supresión, de algunos aranceles. Esperemos que no a una espiral de incrementos. Si hay racionalidad, la oferta y la demanda impondrán su ley, en forma de ganancias o pérdidas, y las decisiones de política económica terminarán abriendo camino.
Pero de momento, el susto está ahí. El orden económico y comercial al que nos habíamos acostumbrado se ha tambaleado y quien anda por ahí revolviéndolo no parece andarse con muchos miramientos; esa imagen provocadora, exhibiendo la pizarra de los nuevos aranceles como si fuera Moisés mostrando las tablas de la ley, lo dice todo. Habrá que confiar en que su entorno, y sus votantes, hagan la tarea que no parece que vaya a hacer el interesado. Y que aquí se intensifiquen algunos signos que pueden terminar siendo esperanzadores o decepcionantes, según resulten finalmente; porque nunca antes la UE había sido tan consciente de que la política comercial es común y de que puede utilizarse con energía; tampoco en la política nacional de los últimos tiempos se había estado tan cerca de compartir una reacción de interés general, y es una lástima que se desperdicie la ocasión.
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