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Si estoy en lo cierto, y si la memoria me fuera fiel, creo recordar que la cuestión del gasto en defensa estaba planteada ya cuando ... entramos en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, allá por 1986, tras aquel complicado referéndum que se convocó para revertir la extensa reticencia previa a dar aquel paso. Desde entonces se ha venido hablando del asunto, con un planteamiento que se resumía en un objetivo muy recurrente; se trataba de «reforzar el pilar europeo de la OTAN». La expresión lo decía todo, o casi todo. La OTAN se había configurado en el contexto de la guerra fría como un sistema defensivo trasatlántico, al que pertenecía una parte de la Europa occidental, junto con el 'general en jefe' de la organización militar, que no era otro que el amigo americano. Y se pensaba que la parte europea, ya posicionada como Unión Europea, debía reducir su subordinación y aumentar su autonomía defensiva, por si acaso.
Tal objetivo no llegó a generar compromisos efectivos, ni equiparables, en cada uno de los países miembros. Tal vez ocurrió que durante bastante tiempo no se percibieron signos de amenaza, ni riesgos próximos o verosímiles, y que, además, el amigo americano tampoco daba muestras de dejar de serlo, sino todo lo contrario, entre otras cosas porque todavía entonces habitaba en el mundo el competidor soviético. Así que no apretaba demasiado la urgencia de un rearme unilateral europeo.
Pues algo ha debido pasar de un tiempo para acá, porque el panorama, visto con la perspectiva de la evolución del gasto en defensa, ha ido cambiando con intensidad progresiva. Los datos son fácilmente localizables y contrastables, pero basten un par de referencias: Polonia, que venía del Pacto de Varsovia y accedió a la OTAN tras la caída del comunismo, pasó en diez años (de 2014 a 2024) de gastar en defensa el 1,8 % del PIB al 4,2, siendo el país que más aumentó ese gasto y el que más gasta comparativamente; le siguen los Países Bálticos, Finlandia, Dinamarca, Rumanía, Noruega, Bulgaria, Suecia, Hungría, Chequia, etc., todos ellos entre el 3,4 y el 2,1 del PIB, con alguna 'incrustación' en medio, como es el caso de EE UU, Grecia o el Reino Unido. Y digo esto porque enseguida se aprecia que el listado de los más gastadores es exactamente el de los más cercanos geográficamente a Rusia, salvo esas excepciones; lo mismo que destaca que, siendo el objetivo común alcanzar un mínimo del 2% en 2024, España era el último de la fila, con un gasto del 1,28% del PIB, a pesar de haber reiterado la voluntad de alcanzarlo.
¿Qué hay detrás de esa evolución y de la exigencia a los morosos que no llegaron al 2% en plazo? Eran, por este orden, Croacia, Portugal, Italia, Canadá, Bélgica, Luxemburgo, Eslovenia, y nosotros. Bien sencillo: Rusia había penetrado en Crimea y luego invadido Ucrania; junto a otros acontecimientos, ese era el detonante que explicaba el citado ranking. Pero faltaba otro, más cercano, más inmediato: el amigo americano cambió de dirección y empezó a dar muestras de dejar de serlo. La mezcla de ambos factores explica lo demás. Si el «principal enemigo» se esfuerza en serlo, además de parecerlo, y el «principal amigo» se aplica en dejar de serlo, además de ya no parecerlo, el resultado es lo que hay: nerviosismo, exigencia, alarma, kits de resistencia, etc., por muy bienintencionado que sea el lenguaje al uso, distinguiendo el rearme, la coordinación militar y la seguridad cibernética.
Este es, pues, el escenario común, en el que también estamos nosotros y del que no vamos a poder evadirnos por mucho que intentemos minimizar los efectos, salvo que decidamos irnos de esos clubs internacionales a los que pertenecemos y nos dispongamos a viajar solos por este laberinto en que se ha convertido el planeta.
Nuestra situación es un tanto especial. En 2014 gastábamos en defensa 9.508 millones de euros; en 2024 hemos gastado 19.723, un aumento de mas de 10.000 millones, más del 100%. Pero como nuestro PIB también ha crecido, el porcentaje dedicado a defensa solo aumentó un 0,36%, del 0,9 al 1,28, muy lejos aún del objetivo del 2% exigido por la OTAN. Conforme a las previsiones, parece que estábamos en la idea de alcanzar ese 2% en 2029, lo que supondría llegar a unos 36.000 millones en cifra aproximada, pues la estimación depende de la evolución del PIB; se trataría, más o menos, de gastar 4.000 millones más durante los próximos cinco años. Pero eso era antes de que pasara todo lo que ha pasado. Ahora el pilar europeo de la OTAN exige más celeridad y acortar plazos; a la urgencia se ha añadido con entusiasmo la Unión Europea, que ya en 2022 la Comisión aprobó un conjunto de iniciativas para la defensa y la seguridad, y últimamente ha celebrado ya reuniones monográficas del Consejo con este fin; y todavía más, si hay alguna posibilidad de mantener las amistades al otro lado del Atlántico, habría que pensar en llegar a un 5% del PIB, que es el imposible objetivo que propone el nuevo inquilino de la Casa Blanca para todos los Estados miembros.
Complicado asunto, ciertamente. Porque no está nada claro que aquí se pueda cumplir ese compromiso sin un presupuesto actualizado, ni previsión de que lo haya, y sin que afecte, ni en un céntimo, al gasto social, tal como se ha proclamado. La dificultad económica es obvia. Pero no lo son menos las dificultades políticas. Aquella escueta y difusa mayoría de investidura con que se puso en marcha la legislatura viene dando muestras frecuentes de inseguridad, que no solo afectan a aliados parlamentarios externos, sino a socios internos del propio Gobierno. Pretender abordar ese gasto, que es un 'gasto de país', sin una decisión del Parlamento, sería extraño; como lo sería rebajarlo a una decisión de Gobierno, no compartida por todos sus integrantes. Queda la opción de que el principal partido del Gobierno y el principal partido de la oposición hagan un paréntesis técnico en la polarización y ensayen una escena de complicidad a estos efectos, aunque solo sea porque no les quede más remedio que hacerlo. De momento no parece que estén disponibles para una fotografía que yo creo que la mayoría de los ciudadanos aceptaría bien, pero que los protagonistas aborrecen.
Y este es el drama: que a falta de una mayoría de Gobierno para abordar un asunto delicado como éste del gasto en defensa, tampoco sea posible una mayoría de Estado para hacerlo, que sería lo propio; aquélla porque no se tiene, ni se puede; ésta porque no se quiere, aunque se tenga y se pueda. Paradojas de la política.
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